22 de febrero de 2009

El Gran Circo de las Tres Pistas

El día a día de la sociedad, la realidad cotidiana que todos vivimos, esto es, la convivencia en las calles, el trabajo, el hogar y la familia; son la gran pista central de nuestro maravilloso circo: la pista de los funambulistas. En ella ocurren a la vez infinidad de cosas: el tráfago constante de seres y estares, el ruido incesante de la navegación por callejones y escaleras, los choques que hacen saltar chispas, las disensiones que fracturan los cantos de las cosas dejando a su paso innumerables esquirlas, los llantos gozosos y las risas melancólicas; la lluvia y el granizo, el sol abrasador, la marejada más obtusa y el estruendo que los obuses emocionales producen a nuestro alrededor, también la mezcla de sangres, credos y colores. Pero pegada a esta gran pista existen otras dos, una a cada lado.
Por una de ellas transita lo peor de nuestro circo: la pista de las fieras. En ella encontramos el odio de los bajos fondos, el tráfico de los muchos tipos de muerte, el poderoso caballero Don dinero con elegante chaqueta y corbata y lujoso maletín de abogado, es una lugar sumergido en tinieblas y lamentos. Es ese lugar al que todos le negamos su existencia. Donde no queremos mirar, donde no queremos estar. Pero es ese lugar que nos afirma la existencia a todos nosotros porque sin nosotros él no sería. Y esta pista es la que más a se aferra a la vida. En esta pista se mata por existir.
Por la otra transitan los privilegiados del circo: la pista de los payasos. Aquellos que un día vivieron en la central o menudearon por la oscura. Viven aquellos que en su día vestían de pana raída y ahora lucen sus mejores galas y mandan a sus hijos a estudiar a Universidades caras. Es la pista del olvido y de la desmemoria. Ese es, quizás, el único requisito para poder pasar a ella, para poder habitar y vivir plenamente en su interior. El privilegio no lo da el dinero. Ese privilegio, ese poder, lo otorga el olvido del que olvida su pasado en las otras dos pistas. No recordar nada de lo que viviste ni de lo que sentiste en aquellas callejuelas oscuras y tétricas o en aquellos lupanares; en aquellos colegios públicos, en aquellas atestadas salas de espera de Urgencias en época de gripe, en aquellas largas y aburridas colas en la oficina del desempleo. Olvidan el hambre y la miseria y olvidan la alegría de las comidas en familia; olvidan lo que es viajar en un autobús atestado o que tu hija de 15 años decida liarse con un extranjero; olvidan lo difícil que es convivir y llegar sano y salvo a fin de mes. 
A los que viven en esa pista les parece que el mundo termina en el borde y que más allá no hay nada más. Olvidaron que hay otros lugares y otras personas, olvidaron que hay lugares donde no se olvida, que hay lugares donde lo único que se tiene es la memoria y el recuerdo, porque son la memoria y el recuerdo lo que te mantiene vivo y luchando por sobrevivir. Ese olvido los convierten en lenguarazes irresponsables y en salvapatrias insensibles y en manipuladores maniqueos, en definidores exactos de lo absurdo, en proclamadores de lo que está bien o mal, o en descubridores de lo que es progreso y de lo que es retroceso. 
El circo y sus pistas, nuestra realidad compleja y diversa.