25 de febrero de 2009

Los Itinerarios vitales

Los que viven en la pista de los payasos hace tiempo que abandonaron los itinerarios vitales de los que viven en la gran pista central. Los olvidaron, los enterraron en el mayor de los olvidos. De ahí nace su poder sobre la gran pista central. En ésta, los que allí nos movemos, estamos siempre pendiente de no perder el equilibrio y caernos o de no morir al intentar hacer un triple mortal. La vida del funambulista y del trapecista es siempre más difícil que la del clown. Pero son esos duros itinerarios vitales los que marcan nuestro carácter, los que dejan huella en nuestra existencia. 
El problema surge cuando los payasos amnésicos entronizan sus nuevos caminos como los únicos caminos posibles y obligan a todos los demás que vayamos por ellos. Pero la dificultad está en que mientras  ellos lo transitan por despejadas autopistas los demás tenemos que hacerlos por el alambre.
Ellos hace tiempo que dejaron de salir a comprar el pan o el pescado a precios prohibitivos al mercado, hace tiempo que no ven el mundo a la altura de un chico joven en vaqueros y zapatillas que no quiere estudiar porque está harto de ver que no sirve para nada; hace tiempo que dejó de preocuparles que el hijo que trabaja en una contrata de Acerinox se quede en la calle; ya ni se percatan de que la subida del catastro dejará a muchas familias al borde de la quiebra; hace tiempo que ni se enteran de que en las barriadas la convivencia interétnica está cada vez más difícil y han dejado de temer que sus hijas tenga un novio que las trate como si fuera una marioneta; hace tiempo que no tienen que ir a que le receten paracetamol para el dolor de espalda a un edificio viejo, con salas pequeñas, oscuras y sin ventilación con tropecientas personas más; hace más tiempo aún que no tienen que ir al INEM o al Ayuntamiento a arreglar documentos y después de hacer una cola interminable un funcionario malencarado lo trate con la punta del pie. 
Y sin embargo no paran de decirnos todos los días como tenemos que hacer las cosas; ellos que exijen ser tratados de señor don fulano de copas, ellos que han dejado de moverse por donde nos movemos, que han dejado de vivir en nuestras calles, plazas y parques, en nuestras escuelas y hospitales; ellos que ya viven en sus barrios blindados y seguros; los mismos que ya no mandan a sus hijos a colegios públicos, ni cojen el bus chatarra al centro, ni cuando se ponen malos van al centro de salud del seguro; ellos con su gran poder adquisitivo que les da para comer y vestir bien, que les da para una atención sanitaria de calidad, sin colas ni masificación, ni tampoco esperas; ellos que tienen defensa jurídica de primera mano, a modo de inexpugnable coraza que los protege de todos nosotros; ellos que solo se relacionan en lugares exclusivos y entre personas de tres o cuatro apellidos. 
Los mismos que hablan de apertura, de solidaridad, de progreso, de mezcla; los mismos que te acusan de racismo o xenofobia; son los mismos que no pasan por eso, pero quieren que nosotros, los que sí pasamos por eso lo hagamos de otro modo. Se equivocan porque  se esfuerzan por olvidar. No se esfuerzan por comprender desde su nuevo lugar lo que pasa en el lugar donde estaban antes. 
Pero si te paras a pensarlo somos los demás los que los hemos colocado en ese lugar, al darles nuestro voto, al comprales su libro, al escucharlos en su tertulia en la radio o en la tele, al consumir de modo inmisericorde. A lo mejor es que nos hemos olvidado que existen y que nos manipulan. Y que deberíamos tomar conciencia de ello, de que la ciudadanía ocupa el lugar más importante de la realidad, de que la pista central, la nuestra, tiene que cambiar a mejor, pero desde dentro, no ser modificada por los payasos amnésicos. Que cada vez que votamos a un político que dice que es el mejor y hará que las cosas cambien, cada vez que leamos o escuchamos a uno de estos opinólogos expertos o tertulianos salvapatrias que solo saben acusar a otros de demagogos, o cada vez que compramos algo que hace muy rico a otro alguien que no es uno mismo a costa de alguien del tercer mundo; no les dejemos que nos manipulen más. En nuestras manos está nuestro destino, hay que quitárselo de sus garras.