20 de marzo de 2009

Al final son como todos los demás....

La brutal carga policial del otro día en Barcelona nos deja interesantes reflexiones en muchos planos de la realidad política y social. A mi como siempre me interesan más las reflexiones de los planos profundos y ocultos a la luz del día. Seguramente no son los más importantes pero para mi son los mas interesantes.

Como todo buen pueblo mediterraneo que se precie, el catalán es eminentemente práctico. Como en su día lo fueron los griegos, o los fenicios, o los romanos, el catalán antepone a todo los demás la materialización física de las cosas en la realidad. Esta raíz está en todas las otras ideas que desarrollan su identidad. Por supuesto, también en la política y sus pretensiones.

Cataluña se siente, y no desde ahora, como una civilización con identidad propia, separada y diferente a la civilización española. Lo mismo pasa con Euskadi. La diferencia, la muy notoria diferencia entre ambos es ese espíritu práctico que los euskaldunes nunca tuvieron ni tendrán. Y estoy hablando de civilizaciones o de culturas que es un concepto mucho más profundo y compacto que el de Estado.

Cataluña entiende perfectamente que lo primero y primordial no es tener bandera, himno y embajada propia. Entiende perfectamente que la coyuntura política europea hace prácticamente imposible que tengan una identidad política propia con forma de Estado independiente. Por eso desde la transición sus estrategas decidieron empezar por el sótano y no por el tejado, al tejado llegaran algún día. En Euskadi decidieron directamente tirar la casa por la ventana y fabricarse un zulo para vivir. Son las cosas chungas que tiene el mesianismo y la pureza de la sangre.

Cataluña decidió poner toda la carne en el asador en pos de identificar de sobremanera su civilización, contraponiéndola, negro sobre blanco, sobre la otra civilización, la española. Durante años han trabajado dúramente por sublimar espectacularmente los rasgos más destacados de su cultura frente a la otra. Si España es una cultura de pandereta, procesión y pucheros, de incultos fiesteros y flojos manirrotos, de gentes que patean su idioma y su legado sin misericordia, ellos han estado luchando denodadamente por aparecer como un pueblo racional y objetivo, ahorrador, trabajador y cultivado, que habla y piensa en su particular idioma y que defiende su singular, y por supuesto, ancestral legado cultural; en definitiva que son más civilizados que los demás. Es más, a su favor, tienen la más que contrastada certeza de que todo el que llega allí desde fuera se convierte en uno más. Todos conocemos el ejemplo del típico extremeño, andaluz o aragones(¡Verdad que sí Carod!) que termina siendo más catalán que un catalán nacido y criado en los huertos de una masía cualquiera.

Por eso la situación de los otros días, con esas imágenes brutales de violencia indiscriminada, les aturde y también choca y mosquea tanto, los pone a todos frente al más temido de sus fantasmas: son como nosotros, igual de bárbaros que los demás pueblos. Ellos, tan pagados de sí mismos, tan ufanos de ser especiales, tan autocomplacientes de su perfección civilizatoria, no dejan de ser tan normales, corrientes y molientes como el resto.