19 de junio de 2009

¿Papá el Norte queda muy lejos de la casa?

Mi hijo de 8 años estaba viendo el Telediario cuando han puesto las imágenes del atentado de esta mañana. Con inquietud le ha preguntado a su madre que en qué sitio había sido. Ella le ha contestado que ha sido aquí en España. Luego con asombro me ha preguntado a mi en qué parte ha sido. Yo le he contestado que en el Norte. La pregunta final, con mayor preocupación, ha sido, ¿papá el Norte queda muy lejos de la casa?
A todos los pequeños les preocupa la violencia. A estas edades y en esta época en la que vivimos cualquier chiquillo educado en la normalidad sabe distinguir la violencia real que ven en los periódicos o en la TV, de la que ven en las pelis o en los juegos de las consolas. Por eso es el temor, porque las llamas, el humo y el ruido de las sirenas que ve y escucha a través de la pantalla son reales. Pero no entienden que en este país pueda ocurrir algo así. Por eso la sorpresa y el asombro al recibir la información de su madre cuando le dice que ha sido aquí en nuestro país. Cuando el sale a la calle no ve ningún tipo de violencia. En las calles de su ciudad, de su país, escucha el ruido del trafico y ve, como todos, andar a la gente de un lado a otro. No ve normal que algo así ocurra en una calle distinta pero similar dentro de su mismo mundo, de su país, en otra ciudad parecida a la suya. Más aun, cuando en multitud de ocasiones ve noticias de hechos violentos y siempre le decimos que ha sido en otras partes del mundo. Es entonces cuando le surge la franca preocupación: entiende que en su entorno próximo puede existir algo tan malo y destructivo y pregunta cuánto de lejos queda ese Norte de nombre raro (supongo que lo dirá por la palabra Euskadi).
Para tranquilizarlo le he dicho que queda lejos. Pero ha sido una mentira piadosa, una de esas que los padres le lanzamos a los hijos para no lastimar su sensibilidad y sus esperanzas de futuro, también su fe ciega e ingenua en la bondad de los seres humanos que lo rodean. Luego, tras la conversación, él sigue a lo suyo que si el Gormiti este o el otro Bakugan que quiere que le compre. Yo me quedo pensando en que el Norte no queda tan lejos. Pero lo que no queda nada lejos, sino cerca, muy cerca, es la vida del hombre muerto, y de su familia destrozada por la barbarie. Imagino que dentro de unos años, cuando ya tenga asimilado lo de la violencia cercana, comenzarán las preguntas del porqué esas personas hacen esas barbaridades. Y yo tendré que contarle la verdad. Pero resultará difícil de explicar y de asimilar. En sus tiernas mentes en proceso de formación y maduración chocan las explicaciones irracionales e ilógicas. Y en este tema tan abrupto no hay mucha racionalidad. El crimen de estos malvados no se atiene a categorías lógicas. Tendrá que aceptar la palabra de su padre, como yo hice en su día con el mio: son unos malvados, asesinos y criminales. Luego, cuando se haga mayor y su pensamiento haya pasado por el duro tamiz de la vida, del encuentro y la interacción con sus semejantes, ya tendrá sus propios valores para calificar lo que ha venido viendo durante años.
Desde la cercanía del Sur, primero mi pésame a la familia; segundo, fuerza y valor para los que luchan contra los malvados asesinos, para que no cejen en su empeño tras este duro golpe; y tercero, a la sociedad vasca les pediría unión contra los asesinos y sus cómplices, los malditos chivatos. Esos son los que tendrían que irse muy lejos, hasta desaparecer.