21 de agosto de 2009

MISIÓN: SIRACUSA. DE LOS JARDINES DE LA ACADEMIA A LAS TRINCHERAS DEL FRENTE.

Corre el año 390 cuando Platón, que contaba con casi 40 años, abandona Atenas, parece que rumbo a Egipto. Luego pasa a Cirene, donde entra en contactos con matemáticos y geómetras (Teodoro); y de allí al sur de Italia, seguramente a Tarento, donde quedó impresionado por el gobierno de la aristocracia pitagórica, quedando refrendadas las buenas noticias que ya en Atenas tenía de esta secta. Luego cruzó lo que hoy conocemos como estrecho de Mesina, hogar de Escila y Caribdis hasta llegar a Siracusa, estamos ya en el 388.

¿Qué empuja a un desahogado aristócrata ateniense a hacer el petate y dedicarse a recorrer mundo? Parece claro que no fue una sino varias las razones por las que nuestro filósofo emprendió sus viajes. Un gran desánimo por el descrédito de la política en la polis, primero porque su familia más cercana estuvo directamente involucrada en el mal gobierno de Atenas; y luego, y sobre todo, tras el injusto incidente que acabó con el suicidio de su viejo maestro Sócrates. Podríamos añadir además algo tan obvio como es la curiosidad innata de todo hombre por saber y conocer otras formas de vivir, otras culturas distintas a la propia. Y finalmente, debió de tener fuertes razones intelectuales de querer conocer de primera mano otras escuelas de pensamiento y otras formas de gobierno político. Seguramente lo que vio en Egipto le impresionó mucho, pero no desde el punto de vista filosófico. Pero sí que caló hondo en su vida lo que vivió en la Magna Grecia: primero el contacto con los pitagóricos que tanto aportarían a su pensamiento; y segundo, el trato con un tirano como Dionisio I (llamado también el Viejo).

Platón también quedo impactado, aunque negativamente, con lo que vio en la corte del tirano. Y desde entonces, como un vendaval que recorrerá toda su obra, no se separará de una profunda animadversión personal y filosófica contra la tiranía. Sobre esto profundizaremos más tarde. En la misma corte conoce a un joven llamado Dión, pariente de una de las esposas de Dionisio, del que queda gratamente impresionado, y al que tendrá en la más alta estima durante toda su vida. Este joven se muestra muy receptivo a toda la sabiduría que el ateniense atesora, muy al contrario que el tirano. Acostumbrado a la adulación, nuestro filósofo se muestra claro y sin tapujos a la hora de opinar sobre el gobierno del tirano, reprobándolo públicamente; con lo que se granjea la enemistad. Tras este episodio Platón sale de Siracusa rumbo a su patria natal, a la que llegaría no sin graves vicisitudes, y donde al poco funda la Academia.

Corre el año 367 y Platón es, desde hace tiempo, un prestigioso filósofo. La Academia es un centro de estudios de primer orden, se imparte filosofía, matemáticas y astronomía. El ateniense ha ido desgranado a lo largo de esos años toda su doctrina en bellos e intensos diálogos: el Mundo de las Ideas, el Bien y la Virtud, la inmortalidad del alma, el gobierno justo del Filósofo-Rey. Pero recibe la noticia de la muerte del tirano siracusano, y la buena nueva de que el nuevo y joven monarca, afín al estimado Dión, podría estar receptivo, como él mismo lo estuvo en sus días de juventud, a los planteamientos platónicos. Así que a los setenta años, nuestro filósofo coge de nuevo el petate y se marcha al otro extremo del Mediterráneo. Podemos pensar sin equivocarnos que Platón vio en ese viaje una oportunidad inigualable de llevar a la realidad de una polis todas sus teorías, y esa seguramente sería la razón, una poderosísima razón para hacer el largo viaje. Platón fue acogido calurosamente en la corte de Dionisio II (también llamado el Joven) en la que Dión era su principal consejero. Pero al poco tiempo de estancia, las luchas intestinas en la corte hicieron que Dión cayera en desgracia y fuera desterrado, exiliándose en Atenas; además el joven gobernante era poco receptivo a las ideas que el anciano ateniense le proponía como justas y correctas. Platón terminó convirtiéndose en un invitado-rehén; una vez más lo peor de la tiranía golpeaba las anchas espaldas del maestro. En el 365 logra volver a Atenas, a su Academia, al menos, intentando sacar algo positivo, ha enriquecido sus conocimientos sobre el pitagorismo y las matemáticas.

Pero esto no acaba aquí ni mucho menos. En el 361, a los 66 años, vuelve a embarcarse nuestro filósofo rumbo a Siracusa llamado, esta vez, por el propio Dionisio. Esta vez Platón exige al gobernante una sumisión total a la ley, en el plano político y a la moral, en el plano personal. Ante esta estricta petición, responde Dión con hostilidad confiscando los bienes de Dión (además de arrebatarle la esposa al entregársela a otro noble). Platón rompe definitivamente con Dionisio, también con Siracusa, y vuelve a Atenas.

Dión al enterarse de lo ocurrido se conjura para remediar la situación, aunque tarda un tiempo, reúne tropas mercenarias y se encamina a Siracusa donde pudo por fin derrocar al tirano; es el año 357. Pero poco tiempo después Dión es traicionado y asesinado por un ateniense, por un académico: Calipo. El ánimo de Platón, ya con 74 años, debió de oscurecerse. Sus obras finales están lejos de los diálogos; y la dialéctica, sumamente árida en ocasiones, va pegando machetazos a sus doctrinas de la madurez. Una de las obras de esa época (este hecho es puesto en duda por algunos expertos), la Carta VII, narra estos acontecimientos. Todo termina en el año 347 cuando fallece Platón a los 80 años de edad.

Con el desengaño en su juventud respecto a la política real en su Atenas natal, llega pronto a la conclusión de que ningún gobierno es correcto. La cosa es tan grave que no sólo serían necesarios arreglos excepcionales, sino que también habría que apelar a la suerte. El triple episodio de Siracusa fue paulatinamente corroborando y afianzando esa idea. (324,325)

El Platón de los diálogos de madurez, el de la República, sitúa la idea central de su teoría política en un punto diametralmente opuesto al del la tiranía. El Platón de la Carta VII, con la muerte de Dión reciente en su recuerdo, sigue pensando lo mismo. La dureza de las Leyes todavía no ha aparecido. Al poco de comenzar la epístola nos deja bien claro cuál era su pensamiento: “… no se acabarán los males del género humano hasta que la clase de los filósofos rectos de verdad no llegue al poder político o hasta que, por alguna ventura divina, la clase de los que gobiernan en las ciudades se ponga a filosofar” (326b).

Es difícil hacer una buena costura cuando el paño es tan malo, debió de pensar el bueno de Platón cuando llegó a Sicilia. Si el hombre individual no es virtuoso la ciudad tampoco podrá serlo. Y esto vale también, y de sobremanera, para el líder. Si la ciudadanía, en este caso la siracusana, se dedica al ocio y la molicie, ni tiene un carácter templado ni prudente, difícilmente la ciudad podrá ser gobernada razonablemente por las leyes (326 c,d). Y si el gobernante es el peor de ellos, el más degenerado y licencioso, no es posible un gobierno justo.

Pero de entre toda esta gente, Platón no pierde toda esperanza, siempre puede haber algunos que estén predispuestos a conocer, a saber de la verdad y que tengan afinidad con la ley y la justicia. Dión es uno de ellos (327 b). Y si se lograse encontrar sólo 50 justos más sería casi suficiente para echar a andar un buen gobierno (337b). Es necesario por tanto tener colaboradores dignos y justos, que sean de confianza; y para eso nada mejor que ser uno mismo de confianza, digno y justo. Dión lo era, a ojos de Platón.

Cuando Platón habla tan duramente de la tiranía lo hace por poderosas razones. La tiranía mató a su maestro Sócrates, mató a Dión, la gran esperanza de hacer realidad su sueño; y además puso su vida en serios aprietos. Pero es que además representaba todo lo execrable del ser humano a nivel fisiológico, ético y social. La tiranía es algo terrible que Platón vivió en sus carnes y que trató por todos los medios a su alcance de denunciar.

Es un sujeto que lleva una vida disoluta y viciosa, que es un cobarde, que además carece de un criterio racional constante que lo guíe en su empeño, que actúa mediante coacciones; y vive rodeado de una corte de aduladores. Esto se convierte en un genuino ambiente de clientelismo donde otros sujetos igualmente viles, se reparten las migajas que caen del escalón superior. Se establece una red peligrosa de rumores y calumniadores cuyo único objetivo en la vida es mantener este ‘status quo’ perverso, pero también de réditos. El tirano no confía en ellos. El tirano tiene aduladores no amigos, por eso le cuesta trabajo delegar partes de su empeño. Platón hace referencia, como ejemplo de malísima gestión política, la incapacidad de Dionisio II de mantener las conquista de su padre a los cartaginenses. Al no tener gente preparada, pero tampoco digna y de confianza, que velara por sus intereses. Platón ve su vida en peligro por no formar parte de esta panda de pendencieros y tratar de seguir siendo recto y coherente en su pensamiento, y sincero con el tirano.

Esto le hace replantearse su función de consejero (330d): ¿de qué sirve aconsejar si no van a escucha tu sabiduría? El tirano es el peor ser humano de todos, por ser el más ignorante de todos: ni sabe ni quiere saber. Y es de la ignorancia de donde salen todos los males (336b). ¿Cómo aconsejar a un ignorante? No se puede decir que Platón no tuviera paciencia, y no lo intentara con los siracusanos ¡vaya! Pero creo que finalmente vio que no podía ni educarlo, ni aconsejarlo. ¿Fue esta “derrota” de sus planteamientos, de su filosofía luminosa del Bien, capaz de romper cualquier atadura, cualquier oscuridad, la que arrojó a Platón a la amargura, también tiránica de las Leyes? La inquebrantable tiranía de Dionisio rompió en mil pedazos la cúpula del Mundo de las Ideas. No fue un contraargumento abstracto lo que tiró a Platón de su burro, fue una realidad brutal que vivió en primera persona. Y esto se convirtió en algo irreversible y funesto con la muerte de Dión (a manos de un antiguo discípulo académico, ¡qué decepción debió ser aquello!) un hombre cabal y virtuoso fiel a sí mismo y a las enseñanzas que profesaba, como aquello de que es preferible sufrir las injusticias que cometerlas (335 a). La posibilidad de que hubiera por primera vez en la realidad un gobierno justo dirigido por un filósofo-rey se desvaneció.

Bibliografía:

CARTA SEPTIMA. Platón [Aparece en ‘Protágoras Gorgias Carta Séptima’ de los Clásicos de Grecia y Roma de Alianza Editorial Traducción de Javier Martinez García]

UN LIBRO SOBRE PLATÓN. Antonio Tovar Círculo de Lectores (Originalmente por Espasa Calpe)