1 de marzo de 2010

Shinto La Sabiduría autóctona de Japón (IV)

RYOBU-SHINTO o SHIMBUTSU-KONKO o SHINBUTSU SHUGO

El budismo nunca impuso ni su credo ni sus enseñanzas a los pueblos a los que se dirigía. Pero sí es cierto que al poco tiempo de llegar al Japón ya gozaba de una tremenda influencia y carisma. Podemos rastrear dos razones para ello. La primera razón fue que la casta aristocrática del momento se vio envuelta por el encanto y la fuerza del legado de Gautama. Incluso hubo un momento en que Shotoku Taishi (Período Asuka) instauró un régimen de neta inspiración budista. Siglos después con la imposición de la casta militar en todo el archipiélago, Shogun a la cabeza, el budismo será fundamental en la concepción de la vida y la muerte del samurái a través del Bushido. La segunda es que el budismo no reconoce los sistemas de castas, nivela a todos los individuos en su camino a la iluminación; con lo que era una sabiduría muy sugerente para las clases no dirigentes del archipiélago. El budismo, que encajó a la perfección en los Heimin y en los Eta, envolvió al Shinto, obligándolo a revisar a fondo su sistema de creencias. Mientras que el sintoísmo no se recompone como identidad propia, se crea un singular sincretismo en el que los templos eran compartidos y un mismo monje oficiaba budismo y sintoísmo. Efectivamente, en el día a día de la población nipona durante siglos hasta la actualidad, el kami y el buddha se dan la mano; es más, seguramente les sea difícil señalar donde acaba la creencia en unos y comienza la creencia en el otro. Mejor prueba que ésta no hay para entender como las sabidurías auténticas son las que buscan las analogías, las asonancias y los puntos de encuentro. 

En el s. X durante el período Heinan comienza el solapamiento de ambas sabidurías. Las sectas budistas más importantes del momento, la Tendai y la Shingon no tuvieron problemas para incorporar a los kami en su marco institucional. La forma de lograr esa reconciliación es llamado Honji Suijaku, o ‘teoría de la esencia-manifestación’: los kami eran manifestaciones de los budas. Así la identidad de los kami fue asimilándose a la de un Buddha o bodhisattva concreto, incluso llegando a lo más alto de panteón sintoísta, Amaterasu era identificada como la manifestación del Buddha solar, Mahavairocana.
Esta convivencia tácita y de facto en la cotidianidad nipona parece tener una fecha de caducidad en un -digamos coloquialmente- nivel intelectual superior, esto ocurre partir del s. XIV, en el período Muromachi. Un erudito llamado Kitabatake comenzó a sostener que Japón era Shinkoku, el país de los dioses, e intentó dar una explicación sistemática al simbolismo shintoísta animando el posterior desarrollo de la teología shinto. Los puntos de partida de Kitabatake fueron, por un lado, unos hechos acaecidos un siglo antes, a finales del s. XIII: el impulso de la fe sintoísta tras la victoria incruenta sobre los invasores mongoles. Sobre ese tema tendré que hacer hincapié más adelante. Por otro lado, lo que hizo este erudito fue volver a beber de sus fuentes primigenias, y como no podía ser de otro modo, miró al centro neurálgico del shinto ancestral, la pureza de Ise. Allí encontró lo que buscaba, en las obras de un sacerdote sintoísta llamado Watarai Yukitada. La teología sintoísta había comenzado a andar, pero para poder desarrollarse por completo tenía que desembarazarse del budismo. En esa cuestión puso todo su empeño Yoshida Kanemoto que a finales del s. XV declaró la supremacía del Shinto sobre el Budismo, utilizando a la inversa la ya conocida teoría de la esencia-manifestación. Fundó una escuela sacerdotal conocida como Yoshidashinto donde defendía que el shinto era la fe más profunda y original. Paralelo a este proceso conceptual y teológico comenzó un movimiento populista en los Santuarios locales, el genze riyaku o ‘beneficio mundano del aquí y ahora’. Eran promesas de longevidad, de salud, de victorias militares y beneficios, de buenas cosechas y capturas abundantes, a todos aquellos que rindieran culto a los kami.
Referir brevemente que, durante el período Edo, el sintoísmo tuvo también una conciliación con el neoconfucianismo. Destaca la figura de Yamasaki Ansai un erudito neoconfunciano que vio reflejado en el shinto las posturas básicas que ya defendía: la lealtad, la sinceridad y la honradez. Creó su propia secta, la Suika Shinto, y fue reverenciado como un kami viviente.