3 de marzo de 2010

Shinto La Sabiduría autóctona de Japón (VI)

LA NACIÓN Y EL IMPERIO
Hemos ido viendo como a lo largo y ancho de la evolución del shinto todos los cauces parecían ir confluyendo a la misma gran desembocadura: el nacionalismo. El Ujigami y el Kojiki, luego se añaden los dos conceptos motrices que veremos ahora, Shikkoku y Fukko, hasta llegar a la Reforma Meiji.
Como vimos anteriormente, el Kojiki, que data del s. VII-VIII, muestra el inextricable enlace entre la divinidad Amaterasu con el clan Yamato. De esta manera queda claro que el Mikado, esto es, el Emperador del Japón tiene un vínculo con los Kami. Es más, el Emperador, como descendiente de la diosa del sol es una auténtica divinidad viviente, así que se le debe absoluta lealtad. De este modo el Shinto se une a la nación y al Estado japonés hasta sus últimas consecuencias. El Santuario sintoísta es donde se irá acrisolando todo este sentimiento patriótico.
Hay un episodio en la historia del Japón, que aun teniendo tintes novelescos, tiene un gran peso a la hora de explicar la fuerte raigambre del shinto en la nación nipona: el Kamikaze, el viento divino. A finales del s. XIII Khubilai Khan gobernaba sobre toda China, el pueblo japonés no era desconocedor del gran Imperio que tenían como vecino, tampoco desconocían las intenciones expansionistas de los mogoles. En sendas ocasiones los tifones derrotaron a los ejércitos chinos, haciéndolos desistir de la invasión del archipiélago. Aquello amplificó en el pueblo japonés el sentimiento y la idea de que era el pueblo elegido de los kami, que era una nación gobernada por los dioses, Shikkoku, y que de algún modo eso les convertía en un pueblo inexpugnable e invencible.
En el cambio de siglo, del XVIII al XIX, hemos de destacar la figura de Hirata Atsutane, defensor a ultranza de las tesis nativistas y de Fukko o ‘retorno a lo antiguo’. Estudió en profundidad el Kojiki y llegó a la conclusión de que el país fue creado por los dioses “como señal especial del favor de las divinidades celestiales. Por lo tanto si la herencia del Japón era superior a las otras herencias y tradiciones extranjeras, la manera de honrar a los kami ancestrales era reencontrase con sus raíces.
Este proceso de nacionalización llega su expresión máxima a finales del s. XIX con la reforma Meiji. Este es el momento en el que Japón se convierte en un Estado-nación moderno, desbancando al que fuera núcleo central de la vida política japonesa, el Shogunato; y descubre que un mundo enorme, complejo y muy desarrollado técnicamente existe al otro lado de sus costas. Desde un principio el gobierno Meiji jugó, por decirlo coloquialmente, con una doble baraja. La modernización industrial del país adquirió una velocidad meritoria, pero a la vez auspiciaba claramente medidas nacionalistas y conservadoras. El sintoísmo nacional, centrado en los templos diseminados por todo el país, da un paso adelante y se convertirá en una religión estatal civil. El shinto deja de ser una sabiduría y se convierte en un culto patriótico e imperial de obligado cumplimiento. Los sacerdotes se convirtieron en funcionarios que dependían directamente del Ministerio del Interior. El Estado se convirtió en la fuente de financiación de este culto, llevándolo incluso al sistema educativo, transformándolo en auténtica ideología nacional: Edicto Imperial de Educación. En 1868 se decreta el Shinbutsu bunri-rei o la separación total del sintoísmo y del budismo, lo que generó una oleada de violencia antibudista. El gobierno Meiji estaba empecinado en eliminar todo rastro del Shogunato y no sólo adoptó las citadas medidas en los niveles teológicos, también en los más populares. Introdujo el calendario gregoriano, eliminó inveteradas festividades estacionales, prohibió taxativamente las prácticas chamánicas de los médiums, liquidó viejos tabúes, como el de permitir el acceso de la mujer a las montañas sagradas o permitir la entrada a budistas y extranjeros al Santuario de Ise.
En este proceso de obediencia ciega al Emperador se encuentra la raíz del expansionismo bélico japonés que terminará con la derrota en la Segunda Guerra Mundial. En 1940 la Jingi´in o Consejo de los Santuarios otorga al Shinto Estatal el status de credo nacional. Sólo un año después Japón se lanza a la guerra enarbolando la hinomaru, bandera del sol naciente rojo, en honor a Amaterasu y al Santuario de Ise. El militarismo ultranacionalista se había apoderado de los símbolos augustos. Tras la derrota, y la capitulación ante MacArthur en el Missouri, el Shinto Estatal fue abolido, y el propio Emperador Hirohito repudió la divinidad del Mikado en la ‘Declaración de Humanidad’ de 1946. Tras siglos de vigencia, una forma de vida llega su fin.

Pero como nos dice el Kojiki tras la muerte llegará una nueva generación, el ciclo vital nos lleva de la mano por toda la eternidad. Amaterasu no abandona al pueblo que durante siglos la ha venerado con fuerza, dedicación y fidelidad. El Shinto no ha desaparecido de las almas niponas, tampoco de sus templos, sus festividades y rituales. Los kami no se han separado del espíritu educado y recto, pero también cómico, de los japoneses. El archipiélago no dejará de ser nunca la tierra donde habitan los kami.