16 de marzo de 2010

IZQUIERDAS Y DERECHAS

¿No se ha preguntado nunca cuál es la razón de que los políticos se denominen de derechas y de izquierdas? Todos entendemos la clara y evidente animadversión que se profesan. Se percibe un odio inveterado, latente muchas veces, otras claro y diáfano. Todos sabemos que usan estas etiquetas bien como certificado de peidigrí, dando a entender que la pertenencia al grupo lo coloca a uno en una situación preclara y magnífica: “es que yo soy de izquierdas”, “es que yo no tengo complejos, soy de derechas”; o bien como diagnóstico de una grave tara, de una peligrosa enfermedad infectocontagiosa que los convierte en auténticos apestados e indeseables: “este es un radical de izquierdas” o “este es un facha de derechas”. ¿Pero alguien ha explicado alguna vez, de dónde han salido semejantes apelativos? ¿Alguien se ha tomado el tiempo de explicar que detrás de tanta saña, de tantos prejuicios, hay una historia? Es el momento de contar una de las batallitas del abuelo Porretas.

El año: 1789. El lugar: Francia. Efectivamente, están pensando correctamente, esta historia comenzó con la Revolución Francesa.
Es la Francia de Luis XVI y María Antonieta de Austria, de los Enciclopedistas (Diderot, Voltaire, Rousseau, Montesquie, y muchos otros), es la Francia que llevaba años guerreando contra la Pérfida Albión dejando las arcas de la Hacienda real exhaustas y a la población gabacha muy pero que muy cabreada por los impuestos que tenía que pagar. Todavía resuenan los cañonazos de la Batalla de Yorktown en 1781 y la rendición de Lord Cornwallis que supuso la capitulación de Gran Bretaña y la liberación de las  colonias que luego se convertirían en los Estados Unidos. Todavía resuena con fuerza los ecos de las legaciones diplomáticas en el Tratado de Versalles de 1783, ese que marcaría la política internacional en los siglos venideros. Acerquémonos un poco más, hasta el día 30 de abril de 1789, en el que George Washington toma posesión del cargo de Presidente de los Estados Unidos y establece el primer gobierno democrático no monárquico del mundo. Y sólo 5 días después, el 5 de mayo, en el que se reúnen los Estados Generales de Francia. Este es el punto de inicio de nuestra historia…
La declaración de los Estados Generales es una decisión legítima que sólo pertenece al Rey Borbón y que hace la friolera de 175 años que no se ejecuta. A Versalles acuden los tres Estamentos para deliberar: el Clero (Primer Estamento), la Nobleza (el Segundo) y el Tercer Estado. Este último era un conglomerado hetróclito compuestos por terratenientes burgueses, pequeños propietarios campesinos, urbanitas cultos, comerciantes, mercaderes y artesanos. Históricamente, cada uno de los grupos estaba formado por el mismo número de participantes y el voto era por bloques. Pero el número de representantes del Tercer Estado duplicaba al de los otros dos estamentos y exigía que no se votara más en bloque, sino que fuera mediante el sistema de ‘un hombre un voto’. Blanco y en botella: revolución en ciernes ya que los privilegiados difícilmente podrían ganar alguna votación. Como siempre ocurre en estas cosas, de las discusiones se pasan al cabreo, y luego se empiezan a acordar de sus respectivas madres y antepasados. Te acuerdas de cuando hace dos siglos aquel mastuerzo hizo aquello, y el otro comenta agraviado que hace sólo cinco años  cometieron en su contra un crimen flagrante. Que si sois unos tíos chungos, que si vosotros sois mucho peores, que si yo no soy peor que tú, que si yo defiendo la verdad y tú eres un egoísta que sólo defiende lo tuyo, [dolor de cabeza] blablablabla…. Como una cosa lleva a la otra, cuando te quieres dar cuentas estas liado a ostias con el tío del tupé que esnifa rapé, y un escuadrón de granaderos reales la está liando parda en la plaza. Tras varios años de un chafardeo ensordecedor, de afiladas guillotinas que caían sobre los atribulados cuellos de la nobleza y algún que otro jacobino (que le pregunten a Robespierre), y tras violentísimas algaradas populares y asaltos a los bellos monumentos parisinos (la Bastilla y las Tullerías) terminó la Revolución francesa, dejando a una Francia agotada en inane en manos de Napoleón Bonaparte y su mesianismo expansionista. Bueno, esa será una historia que el abuelo Porretas contará otro día, quizás…
Volvamos a lo que veníamos. El señor que presidía las sesiones de los Estados Generales estaba colocado en el centro, y delante suya estaban cómodamente sentados los Padres de la Iglesia francesa, rezando supongo, aunque sobre esto no he conseguido averiguar mucho; a la derecha de la Presidencia se colocaron también cómodamente los Nobles y aristócratas franchutes; y a la Izquierda de la Presidencia se situó el amplísimo grupo del Tercer Estado que era el que representaba a la gran mayoría de la población. Eran tantos que estaban desordenados, la gran mayoría de ellos permanecían de pie y en movimiento. ¡Vamos! que aquello no tuvo nada que envidiar a una gala de Gran Hermano con la Milá vestida de lagarterana. Aquí tenemos el origen de los conceptos izquierda y derecha. La primera acepción del término era simple y llanamente, topológica. Indica un ‘topos’, un sitio, un lugar fijo donde colocarse y sentarse, para luego hablar y votar. Fíjense en todo lo que luego ha dado de sí esto de la derecha y la izquierda.