16 de abril de 2010

La noche es mágica (I)

   Imaginemos un mundo con noches de oscuridad profunda, de inexistente contaminación lumínica. En las que la soledad del hombre es compartida por un breve fuego acogedor y una miríada de estrella que coquetas y jugetonas tintinean delante de sus ojos. Aquellos diminutos fulgores, suspendidos en medio de aquella tenebrosidad, aquellos truenos demoledores, que con su tronar unían el cielo a la tierra. Imaginemos, en medio de aquella inmensidad oscura, a aquel hombre antiguo, que goza viendo como esa bola blanca se contonea por entre las estrellas cambiando, mutando cada dos por tres. Imaginemos el azoramiento del hombre al ver como un meteoro rasga el cielo impactando con el suelo que lo sustenta. Apartemos por un momento todos los conceptos hipertecnológicos a los que nos hemos acostumbrado y tratemos de ponernos en el lugar de aquellas personas y sus compañeras de viaje, las estrellas. Posiblemente podamos entender el reto que supuso a la mente de aquellos hombres y mujeres lo que se erguía sobre sus cabezas.
  Y es que la sola contemplación del cielo provoca en los hombres antiguos una experiencia que hoy en día llamamos religiosa, pero que aquellos días era mucho más que eso. Porque el cielo revela directamente su trascendencia. En la mente de aquellas personas contemplación significa revelación. Ellos no están viendo por sí mismos, algo grandioso se le está revelando: el cielo infinito y trascendente, frente a la pequeñez del hombre y su espacio vital terrestre. Por la sola consideración de la altura y la paradoja incomprensible del intenso brillo blanquecino junto a la más pasmosas de las oscuridades, deducían su trascendencia: ‘El Altísimo’. Allí arriba tenía que estar la tribu, la casa y el fuego de alguien grande y poderoso: la morada de los dioses, inaccesible para los hombres. La infinitud, la eternidad, la fuerza creadora, y lo inaccesible son características del mundo que comenzaron a rondar por la cabeza del hombre al pensar en la trascendencia del cielo. 

Este es el punto de partida de un viaje mágico por las noches de la historia. Si alguien no se aburre con estas cosas que se venga conmigo.