27 de mayo de 2010

El Camino de la Eternidad

El taoísmo es una legendaria sabiduría china que terminó eclosionando, como otros muchos movimientos espirituales, sapienciales o filosóficos en torno al siglo V antes de Jesucristo (Karl Jaspers lo llamaría el Tiempo-Eje de la Humanidad). Para muchos expertos fue Lao Zí o Lao Tsé el sabio que echó a rodar (que no su fundador) la sabiduría del Yin-Yan. El punto central de su pensamiento ronda alrededor del Tao o Dao. El Tao es a la vez fondo último del Universo y principio de todas las cosas de la naturaleza y el cosmos. Por tanto el Tao es el Camino Eterno, es armonía, orden y perfección. Es anterior a todo, es el universo mismo, realidad permanente de los múltiples cambios. El Tao es tan complejo que no puede ser expresado en palabras. La misma palabra tao es una pálida referencia de lo que es realmente. El tao es innombrable, es wuming, sin nombre. “El dao que puede expresarse en palabras no es el dao permanente” dice Laozí. El tao es aquello que el universo entero es, pero indeterminado, que se va haciendo concreto en las cosas. Entonces es el o , la virtud o esencia, de las cosas.  El movimiento del tao es el retorno” dice también Laozí, es el retorno o fan, la ley básica y última de la naturaleza. La naturaleza es cíclica, cada proceso en ella es como un péndulo que avanza y luego retrocede. El desarrollo es siempre cíclico. El fan es la ley básica de la naturaleza, del tao.
Junto a esta abstracción pura y abstrusa del Dao, tiene el taoísmo otro pilar básico en la doctrina de la no acción: El «Hacer nada», wu wei. Se trata de no intervenir en el curso natural de las cosas: el Tao manda, dejémosle hacer, el Tao sigue su curso y la intervención humana es contraproducente, lo correcto es no esforzarse de ninguna manera. Es también la ausencia de toda actividad volitiva, intencional o forzada. Wu-wei representa, por consiguiente, el arte de no entrometerse con la mente en la naturaleza de las cosas, no forzarla ni reprimirla, autorizando plenamente todas las tendencias de la mente en un momento de imparcialidad perfecta y permitir que los pensamientos fluyan con la misma libertad que las nubes en el firmamento. “Quien aspire a conquistar el mundo deje que las cosas sigan su curso” dice Laozí.