22 de septiembre de 2010

LOS TIEMPOS QUE CORREN: LA DESTRUCCIÓN DE LA IDEOLOGíA

I.
En el ámbito geopolítico mediterráneo no se dieron las mismas condiciones socioeconómicas y culturales que en el mundo anglosajón (en sus dos grandes vertientes, la británica y la norteamericana). Si observamos esta segunda variante, que por su triunfo cultural es la más conocida, la clase de los propietarios de la tierra sufrió una honda fragmentación al ser, primero un número muy grande, segundo proveniente de una diáspora multinacional y tercero de todos los estratos sociales posible (por eso era la tierra de los sueños, aquel paraíso donde el más pobre de los hombre podía tener un trozo de tierra para trabajarla dignamente y así poder medrar en la vida). Con la nada desdeñable añadidura de un vastísimo territorio inexplorado (el muy real Salvaje Oeste), a repartir mediante la competencia y el esfuerzo. También encontramos que la religión predominante fueron las distintas confesiones protestantes, de marcado corte austero, pietista  y, por supuesto, racionalista. Nada de eso tiene que ver con el vetusto y cerrado marco mediterráneo, con los gigantescos latifundios, de señores con largas y rancias aristocracias a sus espaldas y con el sofocante dogmatismo católico de procesiones y procesos inquisitoriales.
II.
A la espera de que algún autor experto se interese en analizar este tema, no solamente en despotricar sobre los desmanes de los conservadores o de los progresistas (porque de todo hay) me centro en lo que considero el estado actual del asunto.
Hoy en día parece haber tomado cuerpo el llamado híbrido de centro derecha. Jano, como lo llamaban los romanos, un dios cuya cabeza contaba con dos caras. En la que se complementan por un lado el neoliberalismo clásico, que aporta todo su aparataje socioeconómico; y por otro lado, el conservadurismo que aporta todo lo concerniente al plano político y moral. Esta estructura bifronte, generalmente, introduce en la sociedad los típicos mecanismos de control asfixiante sobre la moralidad y el comportamiento de la ciudadanía; apuntalado todo ello por un supuesto mercado autorregulado, apabullante en contra de las clases desfavorecidas, que mantienen el status quo de la pirámide jerárquica; sin ahogar excesivamente a los anteriores, ya que al estar basado todo este constructo en el consumo, si éste dejara de existir, la pirámide quedaría destruida arrastrando en su caída a los poderosos. Efectivemente, los ricos y poderosos tienen tanto dinero invertido en el mundo que si el mundo se va al garete, ellos caen detrás. Por tanto el lazo aprieta pero no ahoga del todo. Los conservadores han amputado la actitud moral del liberalismo basada en la utilidad y los intereses, colocando por ella y en su lugar, su construcción de pureza moral hiperexigente de claro origen cristiano; quedando el asunto de la naturaleza humana completamente obsoleto por el empuje de las ciencias psicológicas y sociológicas aplicadas.
En principio, depende del lugar en el que uno se encuentre en esa pirámide, la capacidad mayor o menor de consumir, estará más o menos a favor del híbrido. Pero, como no puede ser de otro modo, siempre hay excepciones a la regla general. Es muy frecuente que los partidos liberal-conservadores obtengan muchos sufragios en clases con poca capacidad de consumo y escasa o nula, a priori, afinidad ideológica, al apelar a atavismos inconscientes en cuestiones como el orden público, la contención de la criminalidad, el freno a la inmigración o la defensa verdadera de los colores nacionales. Al hacerlo rompen con el sagrado principio de jerarquización inamovible. El pragmatismo y el electoralismo se convierte en lo nuclear.
Del mismo modo, los autoproclamados partidos progresistas obtienen poderosos apoyos de las posiciones elitistas de la pirámide con los que tampoco, a priori, comparten evidentes lazos ideológicos. Efectivamente, es frecuentísimo que sectores poblacionales de alto poder adquisitivo y de consumo, la llamada burguesía bohemia, se convierta en la verdadera punta de lanza de los partidos progresistas que se jactan notoriamente de origen proletario u obrero. La explicación es bien sencilla: el poder les otorga el magnífico lujo de decidir en cada momento en que lugar de la pirámide se colocaran, impugnado con rotundidad el sacrosanto principio de igualdad. El pragmatismo y el electoralismo se convierte en lo nuclear.
Salieron de puntos opuestos, pero llegaron y llegan a la misma meta, casi nada les separa. La conclusión es evidente, vivimos en un momento histórico en el que lo electoral, las luchas por el poder y el mando en las instituciones políticas han empujado a lo ideológico a un lugar obsoleto y de pantomima. Destruida a manos de ellos mismo, una forma como otra cualquiera de suicidarse.