4 de octubre de 2010

¿De dónde sacan los partidos a sus votantes?


   - El macizo de votantes de cada partido es el voto-cantera, esto es, sus seguidores incondicionales llueva, caiga nieve o ventee. Son los compromisarios de los partidos, los afiliados y demás, que generalmente incluyen sus entornos privados más cercanos. Hacen lo que sea por el partido, desde pegar carteles a mover banderitas bajo los palcos de sus jefes. Suele ser un voto ideológico, con un cierto toque de ingenuidad y utopía al pensar que tu partido es la panacea para solucionar los problemas del mundo y que en el partido contrario se comen a los niños crudos.
   - Muy unido a este primer nivel tenemos el voto-herencia. En esta sociedad, de nuestros padres y abuelos no sólo heredamos las joyas y las tierras, también se nos traspasa la pertenencia al equipo de fútbol y las filias y fobias en el ámbito político. Es muy frecuente que las vivencias negativas del pasado se hereden generación tras generación hasta convertirse en el atavismo mitológico propio de cada familia. Nos encontramos en este contexto a esa familia cuyo abuelo Paco fue fusilado por ‘los fachas’ o por ‘los rojos’ hace cincuenta años. El legado que deja a su familia no sólo es material, también el espiritual de defender el honor y la dignidad perdida hace décadas. Y estos asuntos trascienden lo meramente analítico y racional, entramos de lleno en lo emocional, en el voto visceral furibundo. Todos conocemos ejemplos de esto en el espectro político dual de nuestro país.
    - El tercer nivel es el del voto-saltarín-utilitario, y está en clara recesión. Son aquellos votos que se obtienen por el salto de votantes de formaciones políticas afines al lado del espectro político, que no votan a sus partidos porque entienen que es más útil votar al caballo ganador antes que al tuyo. En España se podrían levantar monumentos con los cientos de miles de votos que fueron otorgados al partido socialista por parte del electorado de izquerda unida.
   - El cuarto nivel son los votos que aportan el clientelismo. Suele ser este un voto pragmático e utilitarista. Son gente que sin importarle un pimiento las ideas y los programas votan a ‘su’ partido porque gracias a éste ellos siguen comiendo de la gran olla, manteniendo sus poltronas. Imaginemos toda esa gran familia de enchufados y enchufados por enchufados, los puestos administrativos y de gerencia puestos a dedo en forma piramidal. Si cae el de arriba se derrite por completo el castillo de naipes dejando en el paro a decenas de puestos intermedios. Con la complejidad de la burocracia en un país como este el número de votos en este contexto no es nada desdeñable.
   - El quinto nivel, cada vez más extenso, es el voto-veleta. A la ciudadanía actual no le interesa especialmente la política y con mucha frecuencia se abstiene y no vota. Pero este grueso de la sociedad puede, de repente, decidir levantarse ese domingo e ir a votar, porque hay algo puntual que le interpela personalmente a ello. Este gran grupo no está formado ideológicamente y ora votan a un partido ora votan al contrario con total naturalidad. El viento los mueve. Aquí el viento son determinadas y puntuales aspectos de los programas electorales. Todavía recuerdo, hace ya algunos años, como un partido hoy desaparecido encontró un filón de votos (¡de poco le sirvió, claro está!) al proponer que desapareciera el servicio militar obligatorio. Decenas de miles de jovencitos, y sus respectivas familias, votaron gozosamente a aquella formación sólo porque aquella medida les iba como anillo al dedo. Actualmente los estrategas de los partidos se centran en este tipo de votantes, toda hora que los niveles anteriores están claramente definidos y estancados. Es por estos, por lo que asistimos a un mercadeo de propuestas y medidas en todas las campañas electorales, que si unos eurillos por allí, unas becas por acá, un no-se-qué por más allá, etc…  
   - El último nivel es el voto-castigo. Una primera vertiente de esto, ocurre cuando la ciudadanía está hasta las narices de que el Sr. X y su partido estén en el gobierno y se producen (en verdad es que se gestionan desde determinados sitios… pero esa vertiente es otro asunto) unas mareas de animadversión que hacen que la gente vote, simple y llanamente, para joder al de la Moncloa. Quitémonos las vendas de los ojos, en un país tan cainita como este, muchas cosas se hacen a contrapelo y para molestar severamente a nuestros convecinos. Cada partido trata de atraer hacia sí a todos aquellos que quieran castigar, por lo que sea, a su adversario. Un ejemplo de esto lo vivimos hace unos años con los muchos votos que pudo cosechar el partido socialista al atraer a sus urnas a todos aquellos que detestaban a Aznar por su nefasta e indigna gestión de la guerra de Irak, el Prestige o el Yak 42. El horror producido fue duramente castigado. Es algo palmario, si todos los partidos tienen simpatizantes, también, todos los partidos tiene enemigos más o menos declarados. Enemigos declarados son los otros partidos y sus votantes, enemigos declarados son los medios de comunicación que no son afines y empujan a la opinión pública en contra. La idea básica que se maneja aquí es ‘el enemigo de mi enemigo es mi amigo’. Lo primero que hacen los partidos es asegurarse un buen puñado de ‘amigos’, luego tratan de minimizar sus enemigos declarados. Finalmente, los partidos políticos sondean dónde se encuentran esos enemigos no declarados para que los enemigos de estos se conviertan en sus amigos. Algún día escribiremos largo y tendido de los enemigos en la política.