8 de marzo de 2011

AGUA

El agua contiene varias valencias de lo sagrado, veamos las más importantes.
El agua se convierte en símbolo de vida, es la que fecunda a la tierra, a los animales y a la mujer. El agua es asimilada a la luna: marca los ritmos, los ciclos y los periodos de las cosas, esto es, refleja la misma estructura cíclica del devenir universal. En la prehistoria el conjunto agua-luna-mujer era entendido como el círculo antropocósmico de la fecundidad (201). Efectivamente, el agua es cosmogónica e hilogénica. En ambos niveles las aguas son creadoras. En el nivel cosmológico, el mundo surge del agua. La literatura sagrada ha dejado a la posteridad grandes cosmogonías acuáticas. Por ejemplo, el Enuma Elis babilónico cuenta como el océano primordial y caótico estaba formado por Apsu, el agua dulce de la que surge la tierra, y Tiamat, el agua salada llena de monstruos. En la mitología india se cuenta que Narayana flotaba sobre las calmadas y oscuras aguas primordiales, y que de su ombligo brotaba el árbol cósmico. Eso ocurre en el nivel cósmico, en el antropológico, el ser humano desciende de las aguas. El agua es germinativa y fecundante, es como el fluido seminal masculino. El cielo abraza a la tierra y, en un acto erótico-cosmogónico, la fecunda con su lluvia, naciendo a continuación la raza humana.
El agua tiene también propiedades mágicas y medicinales: cura y rejuvenece. Es portadora de la vida eterna. En ella reside la cura para los enfermos, el vigor físico, también la potencia sexual del varón y la fertilidad femenina. Pero cuando esto ocurre, o el agua no es accesible a todo el mundo o está custodiada en lugares de difícil acceso por extrañas fuerzas o criaturas. La búsqueda del agua de vida, del elixir de la juventud y vida eterna, encierra una iniciación a través de una serie de pruebas que hagan al buscador estar a la altura de la pureza que busca. Desde tiempos remotos e inmemoriales existen lugares de peregrinación y culto relacionados con el agua: bien una fuente, o un pozo, o arroyos, o ríos, todos ellos con propiedades milagrosas y curativas. Incluso el cristianismo terminó tolerando su culto (211).
El agua es también fuente de saberes, conocimientos y profecías. Los oráculos estaban situados cerca de las aguas. La valencia oracular del agua se comprueba, por ejemplo con la Pitia que bebe agua de la fuente Kassotis, o el Oannes babilónico, mitad hombre mitad pez que entrega a los hombres la escritura y la astrología.
Con el agua el hombre entra en contacto directo con lo sagrado. No lo hace con los dioses que están en las estrellas, en el sol, los dioses etéreos alejados del mundo, o en planos abstractos inmateriales. Pero el hombre puede tocar el agua, no sólo eso puede introducir todo ser en la misma. Y esa inmersión tiene también una importancia trascendental en su vida. Lo que ahora, de modo analítico, hemos transformado en el plano cósmico y el plano antropológico, para el hombre antiguo era una y la misma realidad. El Bautismo purificador es una de las valencias sagradas más importantes del agua. El agua todo lo disuelve, todo lo limpia y desintegra. Cuando el hombre entra en el agua está dejando atrás su suciedad física y las impurezas del espíritu, cuando emerge esta purificado, ha eliminado sus impurezas, sus pecados. Esto explica las abluciones previas a los cultos sagrados, o a la entrada en los templos en innumerables religiones, hasta la actualidad. “Simbólicamente el hombre muere en la inmersión y renace purificado, renovado” (207), nos dice Eliade. Esta estructura sagrada ha llegado casi intacta hasta nuestros días en las grandes religiones omincomprensivas, racionalizadoras y monoteístas.
Pero como no hay cara sin su cruz, toda valencia sagrada digamos que positiva tiene otra negativa:  El Diluvio universal.  O la catástrofe purificadora que disuelve periódicamente al mundo en el océano. El simbolismo del diluvio no aparece en todas las tradiciones religiosas antiguas del mundo, pero sí en bastantes, y cuando aparece lo hace vinculada a una concepción cíclica del cosmos y de la historia (220). El Diluvio provoca un cambio de era o de época, la Humanidad desaparece periódicamente en el diluvio; pero nunca perece por completo, reaparece saneada, con una nueva forma, a la espera del mismo destino mucho tiempo después, al final de su ciclo.
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