11 de julio de 2011

La oportunidad que se perdió

 "Lloras como mujer lo que no supiste defender como hombre",  dicen que cierta vez le dijo una madre a su hijo. Esta frase, explica como ninguna otra que las oportunidades no son infinitas, sino acotadas a un tiempo y un espacio determinado. Y que ni antes, ni después de ese momento hay nada que hacer. Sólo el lamento. Y ese lamento del que no hizo nada cuando tuvo la oportunidad de hacerlo es el que reprueba esta dura frase.
Como bien sabemos todos, la vida no trae manual de instrucciones. Pero sí que tenemos determinadas líneas de referencia por las que movernos y tomar decisiones. Hay una que es especialmente importante: la fidelidad a los principios que uno mismo se otorgó y a los límites que marcan determinados ordenamientos. La vida es un constante empujar hacia la acción, hacia la toma decisiones constantemente. Y los aciertos y lo errores van marcando el camino de nuestro existir. Pero claro, si por determinados motivos haces lo que no debes, vas en contra de tus principios fundacionales, te embarcas en gestas que no te competen, y encima, eliges mal a tus compañeros de viaje, o estás constantemente cambiando tu rumbo, dando palos de ciego, y siempre más preocupado de hacer daño al enemigo que construir tu propio camino; es normal que luego se tuerza tu destino y te mande a donde te corresponde. 
Y si todas esas decisiones no las haces bajo coacción sino con toda la lucidez y voluntad, entonces, tienes que hacerte responsable de todo lo que te ocurra. Lo bueno, y sobre todo lo malo. Y si lo pierdes todo y tus huesos terminan ante las puertas del Averno, no tienes más que aguantarte. Pero maldita sea, no llores maldito, no llores. Que bien sabías que actuando de otro modo, que haciendo las cosas como debías de hacerlas, no estarías donde estás. Tuviste la oportunidad de hacer las cosas como marcan tus propios principios. Tuviste la oportunidad, en el espacio y el momento justo e idóneo de demostrarles a todos que eras un hombre de principios y fuerte en tus convicciones. Pero no, no lo hiciste, dejaste pasar la oportunidad. Y ahora lloras y te lamentas como un maldito mediocre. O culpas a los otros de tus desgracias, cuando sabes perfectamente que no hay nadie más culpable que tú mismo y tus miserias, tu falta de valor y tu mezquindad. Decidiste ser pequeño y mendaz. Mereces cada uno de los tormentos por los que estás pasando y pasarás.
Sólo te queda aprender de verdad de tus errores. Y sobre todo, oye el consejo de los que te decimos: la reconciliación y la búsqueda de aquello que nos une y nos enlaza es mucho más fructífera que la constante y eterna ansia de enfrentamiento y de ajustar cuentas. Acaba con el odio que te corroe las entrañas, cierra de una vez los libros de historia que inyectas tus ojos en sangre. Deja el garrote en el suelo y construye tu futuro con los ladrillos de aquellos que siempre han estado contigo y que de verdad representan lo mejor de tu pasado. Este es el momento y el lugar adecuados para tomar esa decisión. Sabes lo que tienes que hacer, sabes qué es lo correcto. Si vuelves a equivocarte a sabiendas, volverás a tirarlo todo por la borda y volverás a llorar como un maldito perdedor. Está en tu mano.