20 de julio de 2011

El talante y el carácter.

Tal y como explica el maestro Aranguren en su libro Ética (Alianza Editorial), hemos de distinguir en el comportamiento ético del ser humano un doble nivel estructural. El filósofo español distingue en su caracterización etimológica de la ética entre el êthos y la hexis. La hexis, como talante, modo de vivir anímico, temperamento o constitución, es el sentido previo y natural del êthos. Pero este no se agota en aquel, ni puede darse una igualación de facto entre ambos. El  êthos es mucho más profundo que el anterior y tiene que ver con el modo de ser del individuo, de situarse en la vida, de pensarse a sí mismo y al mundo que le rodea; es el carácter del hombre forjado a través de su vida por los actos, por toda la carga de las experiencias vividas, por sus decisiones y también por los pensamientos. Para el gran público, talante y carácter, pueden parecer sinónimas y significar lo mismo, pero para los que vivimos de esto, las palabras encierran mucho significado y muchos niveles de profundidad. Y es labor nuestra desbrozar todas esas complejidades.
Desde el punto de vista filosófico es un error no delimitar claramente ambos niveles cuando se reflexiona sobre el sujeto moral y su actuación en las relaciones humanas. Este punto, que es tan importante en el modus vivendi filosófico, es ensuciado constantemente por el mundo de la política. Aquí, en el que las cuestiones ideológicas y sectarias pueden hacer que el hombre más inteligente y cabal se convierta en un auténtico bastardo iletrado y un sanguinario sicario, se juega procazmente con ambos niveles, sin respetar sus contenidos. Como casi en todo, aquí hay una historia que contar.
Y todo comenzó, más o menos, allá por la Ilustración (aunque ya se conocían rastros en el Renacimiento) con el talante liberal, como aquella actitud mental de una persona civilizada y tolerante, de ‘mente abierta’, defensor acérrimo de la libertad, luchador enérgico contra todo aquello que signifique prohibir y clausurar, que se siente y ejerce como sujeto racional, libre de todo prejuicio, incluso defensor de causas en las que los derechos de las minorías se ven menoscabados. Frente a la imposición, es partidario del diálogo y de la negociación como modo de resolver conflictos. Defensor de la autosuficiencia del individuo frente a la Iglesia o al Estado paternalista. Defensor del esfuerzo y la superación personal a partir del trabajo, que no quiere estar subsidiado por nada ni por nadie para no deber nada a nadie que no sea él mismo y su esfuerzo. Es un arquetipo de sujeto muy típico que comenzamos a ver masivamente en Francia e Inglaterra de los siglos XV y XVI (de ahí partió a los Estados Unidos). Fue una respuesta a siglos de talante conservador, de gentes recias, adustas, secas, poco amigo de lo novedoso, que se ceñía al guión que otros le habían metido en la cabeza, que hacía lo que otros le decían y que dependían de las migajas que caía del clero y  la nobleza, en el que la religión y su sofocante dominio tocaban casi todas las teclas de la conducta humana. Ese prohombre está en contra de todo tipo de autoritarismo, que se opone con firmeza a aquellas prácticas que descalifican a determinados grupos sociales como postergados. Estaban el médico, el pequeño terrateniente, el literato y el comediógrafo, el científico e inventor, el comerciante y el asegurador, etc. eran individuos que con frecuencia presentaban este perfil y este talante. Cultivaron esa imagen de sujetos magnánimos que preferirían el diálogo racional a la imposición abstrusa o al extremismo ideológico. Pero claro, esto no quedó aquí. Eso que comenzó siendo algo superficial, con el paso del tiempo, terminó siendo una forma de ser y estar situado en el mundo, terminó fraguando en un ethos, también una forma de pensar las relaciones del mundo del hombre. Así nació la primera de las ideologías, lo que hoy se conoce como liberalismo. Siglos después ocurrió algo parecido con la hexis igualitaria que desembocó en lo que hoy conocemos como la gran familia de los ismos sociales. A partir de aquí comienza lo problemático, el camino pantanoso y empedrado.
Cuando hablamos de política, sería muy importante distinguir la hexis del ethos, el talante del carácter, el temperamento personal del conjunto de creencias o credo político, y no andar mezclando unas cosas con otras según convenga. Ese el problemas de los políticos y sus estrategas, que según conveniencia y para hacer daño al contrario mezclan las cosas y buscan siempre la manera de arrimar el ascua a su sardina y demostrar lo maravillosos que son unos y lo malvados que son los contrarios. Así nos tratan como si fuéramos estúpidos y no pudiéramos distinguir, más allá de este maniqueísmo, las complejidades de la vida y del ser humano. Un ejemplo muy claro lo tenemos cuando desde un partido político hacen llamamientos a tener cuidado con el diablo que se acerca en las filas del contrario.
Todos los políticos del espectro partidista actual son personas, individuos, de carne y hueso, y que como tal están sujetos a las idas y venidas del deseo, la voluntad, los traumas no resueltos de su infancia, los gustos y apetitos y un largo, larguísimo, etcétera. No son distintos a la gran masa popular a la que representan, es más, los políticos salen de esta masa informe que todos formamos. Lo que ocurre es que toda vez que han salido se señalan como una casta de privilegiados que han olvidado el lugar de donde partió. Por eso, habría que hacer un acto de profunda reflexión ante la casta política tan deplorable que tenemos. ¿Cómo podemos tener unos políticos distintos a lo que somos nosotros como grupo social? Es imposible. Mirémonos delante del espejo. Si ellos son tan malos es porque nosotros como sociedad tampoco es que seamos muy buenos que digamos. Aquí hay mucho que reflexionar, habría que mirar hacia dentro, ser valientes y afrontar con entereza que la imagen que arroja de nosotros ese imaginario espejo no es muy buena que digamos. Tendríamos que indignarnos con nosotros mismos y nuestra pasividad, nuestra inoperancia como sociedad, nuestra falta de sacrificio y esfuerzo por ser cada vez mejores y no depender siempre de que ‘Papa Estado’ venga a limpiarnos las caquitas cada dos por tres. Pero no quiero desviarme de mi tema.
Cada uno de esos políticos tiene una hexis, un talente, un temperamento, que no es ideológico ni sectario, que no pertenece a su partido político. Es unipersonal y lleno de elementos que podíamos calificar de positivos y negativos. Sobre este nivel básico van montado el carácter, el ethos. Y una parte importante de ese ethos, de esa forma de ser y estar en el mundo es la decisión de apostar por una determinada ideología, o una determinada religión o una peculiar escuela de pensamiento, etc. Unos se deciden por unas y otros por otra. Y la defienden con lo mejor y lo peor de su hexis  humana. Aquí ya encontramos rasgos lo suficientemente comunes como para que se agrupen muchos individuos en torno a unas determinados valores, no sólo en política, también en la religión por ejemplo. El problema surge en el debate político tan oscuro y lleno de detritus por el que pasamos actualmente. Y todo porque no reconocen noción alguna de justicia. La política es el terreno actual de la injustica más atroz. ‘Para todos lo mismo’ o ‘todos nos medimos por el mismo rasero’ o ‘todos iguales’ son una serie de ideas que no tienen cabida en la política actual. Porque cada uno parte de la base de que su ideología-partido es lo mejor que existe y que al contrario sólo hay que destruirlo, con lo que sea. Tan ocupados como están de mantenerse en el poder y de hacer daño al contrario mezclan a su antojo lo uno con lo otro. Y claro, al confundir a voluntad y sabiendas lo uno con lo otro estás manipulando la realidad y mintiendo a todo el mundo.
Es muy típico de determinados políticos ponerse medallas por su talante, como si fuera digno de mérito o fuera el único que tuviera esa peculiaridad. Es muy típico de muchos políticos llevar al engaño al dar gato por liebre y confundir la una con la otra. La cuestión está en mostrar que los mejores elementos de la hexis de cada uno es el auténtico ethos, que a partir de aquí pasa a ser una especie de pedigrí magnífico que convierte al sujeto en cuestión en un individuo casi mesiánico. Mientras, toman los peores elementos de la hexis del contrario para convertirlo en un auténtico monstruo, más cercano a la animalidad o al salvajismo retrógrado. Y esto es, sencillamente, manipulación. Si fuéramos una sociedad diferente, y de nosotros salieran unos políticos diferentes, éstos no tratarían de manipular a todo el mundo a su antojo y serían honestos y justos con el contrario político, y no tratarían de meterle el miedo en el cuerpo a la gente. Y sabrían perfectamente dónde termina el talante personal de cada cual y comienza la ideología de cada político. Se tratarían con respeto entre ellos y no nos tratarían a la ciudadanía como estúpidos. Pero claro eso es otra forma de vida, en otro mundo, en otro tiempo quizás.