7 de octubre de 2011

Punto de partida o punto de llegada

Desde el punto de vista genético-histórico la cristalización progresiva de las ideologías es mucho más temprana que la irrupción de los partidos políticos y los liderazgos. La ideología ha sido siempre, y será, un concepto baboso y resbaladizo: para algunos es un marco teórico imprescindible y para otros es una forma sutil de manipulación y adoctrinamiento. Hay largos elencos bibliográficos a favor de ambas posturas. Al final estamos ante un momento de voluntad y de libre preferencia: elegir entre una de ambas opciones.
La ideología en sus primeras etapas era una serie de abstracciones y pensamientos en las cabezas y los libros de algunas personas, generalmente filósofos y sociólogos. Para que pudieran salir de ese mundo interior hacia el mundo de la realidad comenzaron crearse los partidos políticos y los sindicatos. Había que bajar a tierra firme todos aquellos planteamientos. Por eso, junto a toda ideología ha de haber una pragmática o praxis, entendida por ahora como puesta en marcha práctica de lo que se piensa. Por eso en todos los partidos políticos serios encontramos a ideólogos, hoy en día se llaman think tank, y políticos de acción.
Generalmente, se han dividido a los partidos políticos por sus ideologías, de izquierda o progreso, de derecha o conservadores, de centro o liberales. Actualmente, se han de dividir a los partidos políticos según su pragmática, por su modo de operar y no por el modo de pensar. Así tenemos que separar entre los que entienden la ideología como un punto de partida y los que la entienden como un punto de llegada.  Hubo un tiempo en que esta clasificación por la ideología era realista. De un tiempo a esta parte son muchos los teóricos que están revisando a fondo estas categorías clasificatorias.  Me explico...
Todo esto tiene que ver con la forma de vida de los políticos, ya que estos no son entidades abstractas, sino personas de carne y hueso incardinadas en contextos socio-culturales e históricos concretos. El mundo ha cambiado mucho, pero la clase política aún más. En la época en la que los partidos políticos y los políticos todavía eran parte activa de las sociedades en las que vivían, sí que podía hacerse esta distinción. Pondré un ejemplo arquetípico: un político de izquierdas era un trabajador de fábrica por ejemplo que defendía esa determinada ideología militando en su partido o sindicato; lo mismo se podía decir de otras personas que defendían a la ideología liberal o conservadora. La política era una parte más de su vida, no era TODA su vida. 
Pero eso ya no es así, en los tiempos en los que estamos. En primer lugar, los políticos se han profesionalizado. Ser político es una profesión como otra cualquiera, es más, para muchos es una vocación temprana similar a la vida religiosa o monacal, o una carrera, dedicando toda una vida al partido, sin tener relación alguna con ningún otro campo laboral o civil. En segundo lugar, la otrora jerarquía piramidal e infranqueable de clases sociales se ha desvirtuado casi por completo, aunque haya mucho que sigan dando pábulo a determinados análisis rancios y apolillados que sirven de consumo interno y para que se mantenga un nivel de beligerancia poco productivo hoy en día. Gracias al Estado de Bienestar, la pirámide se ha metamorfoseado en una serie de subconjuntos dentro del gran conjunto social de la clase media homogénea e informe. Uno de esos subconjuntos es el de la casta política, que por el mero hecho de dedicarse a la vida política pública y activa se ha visto recompensada con una remuneración y un nivel de vida, social y económica, de alta gama. Así que, con independencia de su militancia ideológica, y la filiación a un partido, por el mero hecho de ser político profesional y pertenecer al algún tipo de institución y/o corporación pública, ya tiene derecho a una serie de derechos elitistas que no están al alcance de la gran clase media de donde, generalmente, fueron saliendo. Solo hay que mirar la reciente publicación de los patrimonios de los políticos profesionales del Congreso y del Senado.
En un marco como éste tiene pleno sentido una protesta como la que sigue a continuación, aunque a título personal, matizaría la cosa de otro modo y por eso escribo en un blog mis matizaciones y no me dedico al noble arte del pancartismo.
Pero lo que está claro es que ya no hay relación ni representatividad entre los políticos profesionales y la ciudadanía. Antes sí porque los políticos salían de entre la ciudadanía. Estamos ante una de las razones del fracaso de las ideologías y los partidos políticos, y por ende, de la Política. En estos tiempos de grave crisis, nadie está a la altura de las circunstancias, y de poder ser parte de la solución se han convertido en parte del problema, ya que mantener a la casta política en su alto nivel de vida le cuesta a la res pública muchos millones de euros.
Pero más allá de estas cuestiones de la percepción popular y la indignación, yo quiero subir algunos peldaños más y centrar mi reflexión en la distinción basada en la pragmática política. Porque aquí también se explica el fracaso de los políticos, en su propia cuestión técnica, la política es un fracaso total en estos tiempos que corren. Los políticos profesionales son muy malos profesionales, no saben hacer bien la profesión a la que dedican su vida y por la que reciben una fantástica remuneración. Y si cualquier profesional se ve enfrentado tanto a críticas como a acciones judiciales cuando no ejerce bien su profesión, los políticos también tendrían que pasar por esa crítica y esas acciones penales. Como lo segundo no ocurre debido a su blindaje, qué menos que ser sinceros y decirles claramente en lo que fallan como profesionales de la política. 
Como digo, si la ideología no logra hacerse realidad no sirve para nada, es una pieza de museo, bonita pero inservible. La cuestión estriba aquí en cómo se manejan prácticamente esos ideales y esos punto de vista. Hay dos formas de ver la cuestión. Realmente hay tres como veremos a continuación. Están los que toman los ideales como punto de llegada, como si tuvieran entre manos una especie de catecismo cuasidivino que hay que llevar a la práctica sí o sí, cueste lo que cueste, rompiendo lo que haya que romper. Y los que toman los ideales como puntos de partida a partir de los cuales todo puede ser cambiado-modificado-negociado sin  límite.  Ambas posturas extremas son igualmente imposibles, una por dogmática y otra por utilitarista (aquí si utilizaríamos el término pragmatismo como algo peyorativo, y no descriptivo como en la vez anterior). 
Hay ejemplo de la política real y actual en nuestro país que explican esto que digo. El actual Presidente del Gobierno y su equipo ministerial durante dos largas legislaturas se han dedicado a la política en la que la ideología era el punto de llegada. Ellos tenían su hoja de ruta marcada y han seguido hacia adelante velis novis, para el beneplácito de los que lo apoyan y para rabia de los que no. Esa cuestión no me interesa tanto como la cuestión de que cuando las cosas pintaban bastos no han tenido la suficiente cintura política como para hacer las mismas cosas de siempre de otro modo más efectivo. Y el toro los han corneado gravemente a ellos, y a todos los demás. Para la posteridad queda una larga lista de reformas de reformas de reformas, hechas con la boca pequeña, como si algo o alguien los estuvieran ultrajando para que las realizaran. Anteponer la ideología ciega al Bien Común es de una gravedad mayúscula. Pero la ridiculez y el esperpento son casi tan nefastos. Y ahora, ayer mismo, se le da carta blanca a los Estados Unidos para que utilicen la base de Rota para que monten allí su tinglado militar, cuando llevan una década defendiendo una serie de principios ideológicos contrarios que eran supuestamente irrenunciables, eso unido a aquel desplante a la bandera en aquel desfile. Este es un primer ejemplo de pragmatismo canallesco, de usar la ideología como punto de partida que queda abandonada a las primeras de cambio. En 1974 la periodista Charlotte Chandler le hizo una entrevista a Groucho Marx en la que dejó para la posteridad una de las frases más brillantes de la política y los políticos: Estos son mis principios. Si no le gustan, tengo otros.
Pero no solamente estos de ahora han fracasado. Los que estuvieron antes también tienen una larga lista de fracasos terribles. La foto de las Azores explicita como ningún otro documento el perfil de la política como pragmatismo más absoluto, donde no solo se pierden los ideales sino la propia humanidad, al apoyar una guerra sin ningún fundamento racional, más que el infantil presupuesto de pertenecer al bando de los vencedores, de los que escriben los libros de historia, a ver si por suerte caen las migajas de la gran olla. Por desgracia aquí hay basura en todos los cajones. Y no es mejor solución ponerse a medir el tamaño de la pollas, o sea, quién es más culpable si los unos o los otros.
Una política buena, perfectible, y sobre todo, preferible, tendría que moverse entre ambos extremismos. Y esta es la tercera de las formas, la que un buen político profesional tendría que ejercer. Estaríamos hablando de un perfil político que recupere algunas de las esencias antiguas, especialmente la cercanía a la gente y sus necesidades, y las mezcle con otras más actuales. Pero el asunto del perfil rebasa mis pretensiones actuales. Solo una última cuestión, que es la de la sabiduría práctica, la phronesis de mi querido Aristóteles: la racionalidad responsable, y en virtud de ella saber utilizar los medios adecuados para determinados fines. Y ahí radica el problema: los políticos han dado la espalda a la ética. Lo importante no es ni la ideología, ni la utilidad, ni la izquierda ni la derecha, lo importante es el Bien Común y tener cintura suficiente como para, sin dejar de hacer lo correcto, ni traicionar  los ideales ni dejarse llevar por las atrocidades pragmáticas, hacer en cada momento lo que corresponde. Es la antiquísima regla del término medio, tan denostada por muchos por eso mismo: por ser solamente antigua. La política tiene un trabajo ingente, no sólo sacar adelante a un país dentro de la crisis, sino la de ser capaces de crear espacios intermedios y sin extremismos.