22 de enero de 2012

Recordar y olvidar

Suele decirse que el tiempo todo lo borra. Más exacto sería afirmar que el tiempo todo lo difumina. Siempre permanece la marca del dolor, pero el paso de los días la desdibuja, le confiere un carácter borroso. Los humanos sobrevivimos gracias a la fragilidad de nuestra memoria. Una persistencia viva y acuciante del pasado enervaría nuestra fuerzas de cara al futuro. 

Hay quien puede recordar hasta el más insignificante de los detalles, hay quien puede vaciar su mente y olvidarse incluso a sí mismo. Estos son casos extremos. Las personas que lo olvidan todo, están enfermas para su desgracia, la demencia senil o el Alzheimer, provocan el vaciado progresivo de sus mentes. Las personas que quieren acordarse de todo, generalmente, lo hacen por ánimo de venganza. Personas cuyas taras vitales impactan en su alma de tal modo que se convierten en ordenadores minuciosos de los crímenes que no perdonan. Ni unos ni otros son considerados normales por el vivir corriente y moliente del día a día. 
En medio del blanco y negro, encontramos un inmenso gradiente de grises. De Fraijó, uno de mis maestros en esto de la filosofía, he aprendido que recordar las cosas es una obligación imperativa y olvidar una necesidad perentoria. Pero entre la espada y la pared ha de encontrarse el equilibrio particular de cada uno. Recordar es sufrir, olvidar es dejar de hacerlo. Olvidar es una injusticia que se enmienda con el recuerdo. Recordar es negar el futuro arrojándose al pasado y olvidar es ignorar el pasado para darlo todo por el futuro. El equilibrio está en  un presente que contenga la dosis justa de recuerdo y de olvido. Si uno se preocupa de rememorar el pasado constantemente corre el riesgo de que el peso del drama te paralice o termine bloqueando la posibilidades que pueden abrirse en el futuro; y seas incapaz de sentir la felicidad, o que la cordura termine siendo aniquilada por el rencor. Si uno se preocupa de olvidar todo el pasado, evita todo el dolor, apostándolo todo al futuro sin mirar atrás; la felicidad te alcanzará pero a un coste muy injusto, por el deplorable ejercicio de insolidaridad con las víctimas sufrientes del pasado.
El equilibrio entre una posición y otra, vivir el presente en el presente, y no en el pasado ni el futuro, es una actividad muy difícil, que requiere un constante esfuerzo emocional y racional. No es un simple colocarse aquí y ahora, es estar constantemente ejercitando la mente para discernir y discriminar lo justo de lo injusto, lo posible de lo imposible, lo aguantable de lo insoportable. Un auténtico tour de force, que muchos no están dispuestos a realizar... así que olvidan y sólo olvidan unos, y recuerdan y solo recuerdan otros. Por voluntad propia deciden irse a uno de los extremos. Cada vez queda menos gente viviendo en el esfuerzo del equilibrio, en el esfuerzo del propio esforzarse, en recordar y en olvidar la dosis idónea para poder vivir con uno mismo y en el mundo con dignidad.