XXXVI
Caída la
Gran Verdad, el Relato Absoluto y Todopoderoso, todo lo establecido a partir de
ahora es provisional y contingente. Nos queda elegir entre el escepticismo, el buen humor,
el sarcasmo, la ironía y el cinismo, la rebeldía y la indignación, también el mito y el símbolo, el debolismo
y el relativismo, para hacernos cargo del mundo-realidad en el que existimos.
De entre los restos del estropicio, habrá que ir entresacando aquello que sirva
para cada proyecto personal. Cada cual, en libertad, puede y debe ir reconstruyendo
su propio escenario con los elementos que su prudencia (phronesis) le aconseje.
El eclecticismo (por utilizar una etiqueta que sin ser exacta puede ser
entendida fácilmente) no presupone la pérdida del espíritu crítico y reflexivo
y que todo valga porque sí. No es un problema, no es vacío, ni simpleza, no es un
camino fácil, no es confuso ni preocupante. Estas etiquetas prejuiciosas
disfrazadas de argumentos son lanzadas por los nostálgicos del poder que ven
impotentes cómo éste se les escapa de las manos como la arena. No deja de ser
sospechoso que mientras dan una faz de pesadumbre por el derrumbe moral en el
que vivimos, siguen queriendo imponer el modelo fallido. Si no se está con
ellos y su fundamento fuerte, acuden al etiquetado ramplón de relativista e
irracional. Suya es la exigencia de racionalidad, suya es la verdad, suya es la
capacidad de determinar quién hace auténtica filosofía, suyo es el poder de
decidir lo moral y lo inmoral. Por esto, más preocupante, me parece que son los
que ven como problema y preocupación la reconstrucción de nuevas racionalidades, el pluralismo, la heterodoxia, la multiplicidad de seres y
estares, la hibridación, el mestizaje, el hermanamiento, la integración, la
coimplicación.