23 de septiembre de 2013

Reflexiones patibularias 63

LXIII

Desde hace unos días llevo pensando en una de esas típicas ‘batallitas’ dialécticas que tanto nos gustan a los filósofos. Esas que comienzas tal que así… Imagina una situación en la que bla, bla, bla y se describe una situación hipotética que se asemeja muy mucho a lo que pasa en realidad y en la que se trata de denunciar algún acontecimiento. Luego aparecen argumentos a favor y en contra, las cosas se calientan, se entrecruzan las miradas y bla, bla, bla …
¿Qué es lo que yo imagino?
Imagino una situación en la que unas personas determinadas piensan sobre una hipotética situación, que termina cristalizando en realidad, y aducen y/o proponen una serie de pensamientos y actuaciones conducentes a su resolución.
Luego imagino a otro grupo de personas que piensan en esa misma hipotética situación y tratan de desmontar los pensamientos y actuaciones de los anteriores.
Imagino a ambos grupos dándose la razón y la verdad y acusando a los otros.
Luego imagino a una inmensa mayoría de gentes que no terminan de pensar en esas mismas hipotéticas situaciones, ni siquiera si se convierten en realidad en ellas mismas.
E imagino cómo miran unas personas a uno de esos grupos y le da su apoyo e imagino a otras muchas personas mirando al otro grupo y apoyándolas.
E imagino, igualmente, a un grupo amplio de personas que no apoyan a nadie, por muchas y diversas razones.
E imagino a las sociedades arcaicas inventando la guerra, sacralizando la violencia para determinar qué grupo impone la visión de la situación hipotética y cuál es la versión oficial de la realidad cristalizada.
E imagino que por esto mismo los griegos inventaron la democracia, para que la cantidad decidiera lo que la cualidad no puede decidir y así no hubiera tantos muertos.
E imagino a los mayas inventando el gracioso juego de la pelota y el agujero en la pared para que el azar terminara determinando lo que ni la guerra ni la política pudieron arreglar.
Qué imaginación tengo, verdades no tengo ninguna.

Pero lo que cuenta la historia no son situaciones hipotéticas y sabemos que para solucionar estas aporías, desde siempre, o nos hemos matado, o lo hemos votado o ha sido el azar el que terminó arreglando la papeleta. 

20 de septiembre de 2013

Homenaje

A este hombre no lo conocía, pero estos días he sabido de un profesional de esos que marcan la pauta dentro de una profesión o un gremio. Es ENFERMERO, con mayúsculas. Un mákina... pero de verdad de la buena. Toda una vida dedicada a subir el nivel de nuestra profesión. Lo he escuchado en dos ratos y cuando me iba tenía que darle la mano y ofrecerle mis reconocimientos... es un mákina... eres un mákina Sr. Don Antonio Villar Rojas. No tengo la suerte de conocerle a usted ni tener ninguna relación de amistad, ni siquiera lejana,  por eso no me permito el lujo de tutearlo; pero, y no creo equivocarme, tiene cara de buena persona. Lo que sí hago es tomarme el libertinaje de ponerle a usted, el cariñoso calificativo de mákina. Desde esta ventanita, mi ventana, le rindo homenaje. Muchas gracias.





11 de septiembre de 2013

Sobre las ideologías.

 Reflexiones patibularias 63

LXIII

Hay mucha filosofía, más bien una gran cantidad de filósofos, que acusan a otros de ideologizar con su obra. Es éste, un mal exageradamente extendido en nuestro gremio, tan propenso a etiquetarse, a colocarse en cajones estancos, a hondear todo tipo de ismos, a cavar trincheras donde tirotear al que pase cerca, a sacar del tiesto a otros que no están en su onda. La acusación de ideólogo perverso y pervertidor, es más común de lo que muchos están dispuestos a admitir, y afea mucho nuestra disciplina.
Y no en pocas ocasiones se usa como 'argumento preventivo', fiel al refrán castizo, poner el parche antes de que salga el grano. Ahí queda eso, te llamo ideólogo y me quedo en la gloria. Exceptuando los casos flagrantes, meridianamente claros, que los hay, por supuesto, en otros muchos no es más que una forma fácil y sencilla de ningunear al interlocutor. 
Acusar a otro de ideológico es, me parece, muy poco hermenéutico, especialmente si se le hace esta acusación de oídas, o porque tu gurú de cabecera lo dice, o sin mediar más que unas pocas líneas argumentales, o por las típicas frases efectistas que todos usamos en filosofía para llamar la atención sobre nuestros discursos. Bueno, y arrimo el ascua a mi sardina, aunque bien visto es lo más hermenéutico que existe ya que confirma, velis novis, la tesis gadameriana del prejuicio como motor de arranque del círculo hermenéutico. Cosas mías, ideológicas seguramente.
Y claro, digo yo, si este ideologiza con sus argumentos ¿es que tú estás limpio de polvo y paja querido querubín?, ¿es que todos ideologizan, los muy malvados, menos tú, y has de erigirte en cruzado protector de las grandes verdades? A lo mejor me equivoco, pero ¿tildar a otro de ideologizar no es, propiamente, ideología, otra ideología (que hay muchas, por cierto)? Como llamar acera a la acera de enfrente.
Si la ideología es demostrar una intención, todos somos ideólogos y toda acusación de ideología es ideológica. Todos tenemos motivaciones, ocultas o no, maledicentes o beneficiosas. Todos tenemos intereses, espurios o legítimos, confesables o no. Claro, si ideología no es esto, entonces me callo, no me hagan caso.
Bueno, esperen... es que hay ideologías e ideologías, no todas son lo mismo, las hay buenas y malas, justas e injustas...(blablabla) dirán algunos, que acto seguido querrán venderte una máquina maravillosa que por dos euritos de nada te hacen un testeo de la ideología y te dice si es pata negra y 5 bellotas o no. ¡Claro! ¡Es verdad! ¡No todo vale!
Digo, y termino esta diatriba intencionada, interesada, intencional e ideológica, con las excepciones que decía antes (porque no todo vale), soy de los prudentes a la hora de ir sacando tarjetas rojas ideológicas, de determinar dónde está el bien y el mal de las mismas. Es ingenuidad, seguramente, entender aquello de no decirle a los demás lo que no quieres que te digan a ti. 

7 de septiembre de 2013

Reflexiones patibularias 62

LXII

     Alegrarse de la desgracia ajena ya está feo, pero alegrarse de la desgracia propia no tiene nombre.

     Se puede estar a favor, se puede estar en contra, hay motivos más que suficientes para estar a favor y para estar en contra, y que cada cual escoja sus favores y sus motivos. Ahora bien, el ansia ésta de jodernos unos a otros hasta las trancas ya traspasa fronteras, y se nota. Y cómo pueden otros confiar en nosotros si nosotros mismos no hacemos más que atacarnos, enfrentarnos, sacarnos los trapos sucios de hace 50 años. Viviendo en este continuo y extraño estado de ánimo social a mitad de camino de la depresión y el odio.

     También digo otra cosa, más bien me planteo una duda, y es que porqué en otras latitudes de la Humanidad aprender de los errores es una de las virtudes más buscadas, centrarse en el problema en vez de buscar culpables, y aquí no....