LXIII
Desde hace unos días llevo pensando en una de esas típicas ‘batallitas’ dialécticas que tanto nos gustan a los filósofos. Esas que comienzas tal que así… Imagina una situación en la que bla, bla, bla y se describe una situación hipotética que se asemeja muy mucho a lo que pasa en realidad y en la que se trata de denunciar algún acontecimiento. Luego aparecen argumentos a favor y en contra, las cosas se calientan, se entrecruzan las miradas y bla, bla, bla …
¿Qué es lo que yo imagino?
Imagino una situación en la que
unas personas determinadas piensan sobre una hipotética situación, que termina
cristalizando en realidad, y aducen y/o proponen una serie de pensamientos y
actuaciones conducentes a su resolución.
Luego imagino a otro grupo de
personas que piensan en esa misma hipotética situación y tratan de desmontar
los pensamientos y actuaciones de los anteriores.
Imagino a ambos grupos dándose
la razón y la verdad y acusando a los otros.
Luego imagino a una inmensa
mayoría de gentes que no terminan de pensar en esas mismas hipotéticas
situaciones, ni siquiera si se convierten en realidad en ellas mismas.
E imagino cómo miran unas
personas a uno de esos grupos y le da su apoyo e imagino a otras muchas
personas mirando al otro grupo y apoyándolas.
E imagino, igualmente, a un
grupo amplio de personas que no apoyan a nadie, por muchas y diversas razones.
E imagino a las sociedades
arcaicas inventando la guerra, sacralizando la violencia para determinar qué
grupo impone la visión de la situación hipotética y cuál es la versión oficial
de la realidad cristalizada.
E imagino que por esto mismo
los griegos inventaron la democracia, para que la cantidad decidiera lo que la
cualidad no puede decidir y así no hubiera tantos muertos.
E imagino a los mayas
inventando el gracioso juego de la pelota y el agujero en la pared para que el
azar terminara determinando lo que ni la guerra ni la política pudieron
arreglar.
Qué imaginación tengo, verdades
no tengo ninguna.
Pero lo que cuenta la historia
no son situaciones hipotéticas y sabemos que para solucionar estas aporías,
desde siempre, o nos hemos matado, o lo hemos votado o ha sido el azar el que
terminó arreglando la papeleta.