14 de abril de 2014

El mito.

Ha pasado tanto tiempo, tanto, que lo ocurrido se convirtió en mito; tanto, que el mito pasó a ser leyenda; tanto, que incluso se convirtió en cuento, de esos que las abuelas usan en la noche para asustar a los pequeños con el fin de que obedezcan.
Tanto tiempo pasó que sólo quedan rumores, sólo quedan viejos miedos inconscientes en los oscuros corazones de los hombres. Repudiados por la razón y el entendimiento más estricto y severo.
Todo ese tiempo ha pasado; tanto, que ya nadie da crédito a lo que aconteció. Imaginaciones infantiles, lo llaman, elucubraciones de los locos, extravagancias de los poseídos. 
El mayor de los descréditos cae sobre aquellos que tratan siquiera de nombrar los acontecimientos y sus ejecutores.
Todo lo que quedó es una estatua, luego convertida en fuente. Y nadie preguntó porqué nunca perdía el brillo ni el lustre, a pesar del paso del tiempo, de aguaceros y ventiscas. Y nadie pensó en serio porqué nunca jamás dejó de dar agua incluso en los peores años de la terrible sequía.
Ancianos que ahora llevan a sus nietos a jugar, ya hacían lo mismo a las faldas de la fuente en su niñez acompañados también por sus abuelos. Y dicen entre ellos: "ya no quedan artistas como los de antaño". Dejaron de hacerse preguntas, se conforman con la versión fácil y tranquilizadora del sentido común racional que niega lo extraño y lo que late oculto en el alma humana. Nadie quiere saber la verdad de lo que ocurrió en aquel lejano entonces. Qué hay detrás de ese miedo, de ese cuento, de esa leyenda, de ese viejo mito.

Mirssa de Boggelund