13 de mayo de 2014

El regocijo por el mal ajeno es un oscuro palpitar del ser humano.

Reflexiones patibularias 73

LXXIII


Repito, el regocijo por los males ajenos, por el sufrimiento del prójimo es uno de los perfiles más horribles de la civilización en la que vivimos. Y no escasean los que se alegran de la barbarie, la arista más cafre de nuestra doliente humanidad [Para el que no lo sepa nuestra palabra cafre viene del árabe Kafir que hace referencia al no creyente, el infiel, pero también a la persona ingrata o que realiza actos ofensivos e inaceptables].
Este siempre ha sido un país donde no se daba un duro por la pena de muerte. Había un amplio consenso social en desterrarla de nuestro ordenamiento jurídico porque nos horrorizaba que nos definiera un dislate tan cercano a la Ley del Talión. Sin embargo, enchufas las redes sociales y encuentras un buen número de entradas haciendo comentarios fútiles y banales sobre el asesinato vengativo de todo aquel que no comulgue con las ideas propias o que no se ajusten a unos cánones vagos e indeterminados de una supuesta perfección y limpieza política. Me produce un profundo escalofrío. 
Los que piensan que la situación que vivimos se soluciona colocando guillotinas por las esquinas han de comprender que lo se consigue así es gente guillotinada por todas partes. Nada más que eso, charcos de sangre, cabezas rodando y cuerpos sin vida. Del filo de la guillotina no afloran ni la justicia social ni la verdad, que le pregunten a Robespierre que pensaba que sí y terminó guillotinado en la misma guillotina donde guillotinó a muchos. 
Guillotinados los que no hacen vivir así de mal, guillotinados los que nos quitan las libertades, guillotinados los corruptos, los culpables,  los que nos toman el pelo, los que putean al pueblo,  los que nos llevan al límite, los que nos arruinan, guillotinados todos. ¿Dónde colocamos el límite de los que tiene y no tienen que ser guillotinados? Me estaba haciendo esa pregunta, cuando una buena mañana de martes, al de la guillotina se le ocurre la brillante idea de guillotinarme a mí, por que no demuestro de modo suficientemente contundente mi indignación y cabreo ante los atropellos que sufrimos. ¡Zas¡, ya no hablo más, me han cortado la cabeza.


PD: Contra la banalidad y haciendo frente a la violencia, actuando en la medida de mis humildes posibilidades, una lectura productiva de Hannah Arendt.


Y si alguien piensa que estoy a favor de los que nos hacen vivir así de mal, de los que nos quitan las libertades, de los corruptos, de los culpables,  de los que nos toman el pelo, de los que putean al pueblo,  de los que nos llevan al límite, de los que nos arruinan, le invito a que lea mi blog. Eso sí, la libertad de cada cual de expresar reflexiones y emociones no se negocia, cada uno que haga lo que pueda y lo que sepa, y que la Parca (a lomos de una flamante y afilada guillotina) reparta suerte.

Esto fue ayer. Y hoy añado:
http://www.elmundo.es/espana/2014/05/13/5371bb3a268e3e6e508b456d.html?a=79a31f891aaa73be36fed4a80701b383&t=1399994092

Un día después de la tragedia todo indica que fueron cuestiones escabrosas de tipo personal las que desencadenaron el crimen. No hay motivación política, ni ajustes de cuentas social, ni el comienzo de la revolución-salvación de la Humanidad, ni justicia divina ni nada que se le parezca. Pero los bocazas tuvieron ayer un día grande. Y más de uno quedó retratado como lo que realmente son y llevan dentro, como el ejemplo que he colgado más arriba. La crisis es tremenda, queda claro, de modo palmario; porque sin son malos y perversos los que nos oprimen, la crueldad y banalidad de nuestros libertadores es igualmente escalofriante.