23 de marzo de 2015

¿Porqué se vota lo que se vota?

Reflexiones patibularias 89

LXXXIX


¿Porqué se vota lo que se vota? Unas personas votan ideas. Otras votan programas. Otras personas votan personas. Y, finalmente, otras votan resultados.
Las ideas son etéreas e inasibles, pura abstracción. El aire contenido en un globo, o una especie de murmullo inespecífico, que aquí y allá, fue tomando cuerpo en la cabeza de algunos y que luego se fue haciendo letra en tratados filosóficos y políticos; y, sobre todo, dando lugar a tradiciones de pensamiento: las distintas familias conservadoras, liberales y socialistas, para que nos entendamos (aunque no sean las únicas, sí son las más conocidas y afianzadas en las democracias de nuestro entorno). 
Las ideologías, todas, son apriorísticas. Esto es, tú estás dando por bueno, maravilloso y deseable, lo que otra persona pensó que sería lo mejor que podría pasar. Muchos aspectos de la ideología política (como de la religión) son elementos emocionales blindados y justificados con elementos racionales para salvaguardar la conciencia de aquel que los acepta sin espíritu crítico. La ideología, en eso no estoy de acuerdo con la gente seria que construye inmensos edificios racionales y teóricos, tiene que ver con las emociones de filia y fobia, de simpatía y animadversión que todos llevamos dentro. Es una croqueta de engrudo, de masa informe pero rebozada de argumentos racionales que le dan lustre y brillo, y parece hasta otra cosa, alta cuisine. Son incontrovertibles, esto es, que no admiten dudas ni disputas desde el afuera de sí. Cada ideología sólo se reconoce a sí misma, y asume que es la auténtica verdad verdadera, y que las otras ideologías son pura charlatanería. Votar por ideología es votar por acto de fe. La fe de que el programa y las personas (los partidos y los políticos) hagan lo que supuéstamente dice ese corpus ideológico vago y difuso.
Los programas son la materialización de esos barruntos psicoemocionales que llamamos ideología. Es una tarea hermenéutica, de interpretación de esa doctrina vaporosa para transformarlas en líneas de acción posible. Mucha gente vota el programa al creer que es una emanación del credo cosmovisional (de nuevo elementos religiosos). Hay una cuestión no baladí sobre quién tiene que hacer los programas políticos: los teóricos del ramo, auténticas ratas de biblioteca que no han pisado la calle en su vida, o los políticos profesionales que sí toman el pulso de la calle pero que son auténticos iletrados en cuanto a conocimientos de su historia cosmovisional. Los problemas que surgen de aquí son tremendos, claro está, porque ¿subir impuestos que era, algo de izquierdas o de derechas? si era de izquierdas, que hacen los de derechas fulminándonos con impuestos a punta pala, ¿la estatalización benefactora que era conservadora o socialdemócrata? si el Estado de Bienestar es socialista que hacen estos pegándole hachazos sin misericordia. Y como estas aporías, salen un puñado larguísimo de ejemplos. Pero, ¿en qué sitio dice claramente y sin duda que hacer x o y sea de izquierdas o de derechas? En ninguno. Son imaginarios colectivos manipuladores de las masas que nos hemos ido construyendo durante siglos. Es claro, ningún programa puede plasmar de manera fiel y efectiva una ideología porque ninguna ideología es lo suficientemente clara como para que pueda hacerse. Además, el programa tiene que ajustarse a la realidad fáctica del día a día y la cotidianidad. Si la ideología vive en los mundos de yuppi, donde 2 y 2 siempre son cuatro; el programa tiene que resolver los problemas de gente real de carne y hueso, en un mundo imperfecto en el que un cuadrado tiene 7 lados y el círculo esta ovalado. El que vota el programa pensando que es la plasmación perfecta de la ideología, realmente vuelve a votar a la ideología por acto de fe. El que vota el programa pensando en la realidad, realmente (valga la redundancia) no está votando al programa. Se está autoengañando, seguramente para apaciguar su conciencia, o para ponerse una medalla: eso le hace sentirse de modo especial y único, como si al votar a los socialistas por ejemplo ("esa gran ideología, la mejor de todas, sin duda, ¡qué digo!, la única que habría de permitirse porque las demás son criminales... blablabla") estuviera meando colonia (a las otras les pasa lo mismo, no se preocupen). El individuo que vota por ideología, o al programa por la ideología, piensa que está ungido por la mano de Dios. Y ahí hay muy poco de espíritu crítico y mucho de fanatismo no reconocido. Realmente está votando a un político o a unos resultados, pero de algún modo no puede o no quiere reconocerlo.

12 de marzo de 2015

¿Con cuál te quedas? ¿Cuál eliges?

Reflexiones patibularias 88

LXXXVIII

Ayer, 11M, día importante donde los haya para nuestro país, coincidieron 2 sucesos que pueden, seguramente, definir la clase de sociedad que somos: decadente y enfermiza.





¿Cuál suceso es más indignante? Mi opinión personal viene al final. Pero, por desgracia, tras esta pregunta se enlaza otra que sí es muy puñetera: ¿cual España te indigna más? 

El problema surge cuando mucha gente cabreada por uno de los sucesos ningunea el otro hecho como si fuera una estúpida minucia. En dos tertulias que acabo de terminar de ver, así zapeando, el tratamiento ha sido surrealista. En una no han dicho ni una palabra de una; y en la otra no han dicho ni una palabra de la otra.

Ante ambas situaciones, curioso el paralelismo, he encontrado reacciones de indignación destemplada, acusaciones de que esto ha sido una agresión al Estado de Derecho. En definitiva, gente que se siente burlada e insultada que escoge bando para enfrentarse al otro bando. Eso es lo raro, que te indigne una cosa y te indigne también que al otro -el enemigo- le indigne más lo otro que lo que a ti te indigna. Como si fuera contradictorio enfadarse por una cosa y la otra. 

¿Qué bando escoges tú?

La España de los dos bandos sigue viva. Esa España que ve que los agravios de unos son más gravosos que los de enfrente. La España en la que no hay reconciliación posible. La España que quisiera tirar al mar a la otra España.

PD: Ambas situaciones me parecen aberrantes y tremendas, situando la calidad de la democracia en mínimos históricos. Pero, no sería capaz de dictaminar quién tiene más motivos para decir que un caso es más grave que el otro. Ambos lo son, y lo justo sería que hubiera respeto mutuo entre los que entienden que uno de los dos es más grave que el otro.