30 de mayo de 2015

Modo Cínismo 'ON'....

Durante una semana he estado colgando en Facebook un meme-reflexión sobre la jornada electoral acaecida el pasado domingo 24. Siguiendo con la vorágine de análisis y contranalisis que se ha dado en todos los medios (y que seguirá un tiempo todavía), las he recopilado en esta entrada. Ahora puede verse la serie completa.

Sábado de... 'Estoy reflexionando'

Domingo de... 'A votar'... Siempre lúcido, maestro Saramago, ahora que escribes en la eternidad, te llevo en mi recuerdo...

Lunes de.... 'Ajo y Agua'

Martes de... 'A tomar viento fresco'

















Miércoles de... 'A ver cómo cambiamos esto con tanto cambalache'
Jueves de... 'Newton es un listillo'... y aquí, la historia se repite y repite dándole la razón al Nietzsche del Eterno Retorno...

Viernes de...'Esto es todo amigos'... Hasta la próxima, que está al caer.



23 de mayo de 2015

La hermenéutica de 'Allí Abajo'


'Allí abajo' es una serie de TV -que se emite actualmente en A3 los martes por la noche- que cuenta la historia de Iñaki. El nota que aparece vestido de corto, y sombrero cordobés, es un chico vasco que -circunstancias de la vida- termina viviendo en Sevilla, en la que se enamora de una de las enfermeras que cuidan a su madre.
La serie es muy divertida, con momentos especialmente hilarantes como el que podemos ver en la foto. El capítulo de la cuadrilla de vascos en la feria de Sevilla me parece maravilloso: no hay que hacer malabarismos, sólo fijarse en la sencilla comicidad del ridículo humano. Hay que ser muy sieso para no reírse cuando Peio, en un arrebato festivo, se sube a la barra de la caseta y casi desmonta las instalaciones. 
No soy un experto, claro está, pero me parece que una cuestión fundamental que hace de esta serie un programa tan bueno son las actuaciones del plantel de actores. La credibilidad que le dan a los personajes es fundamental, los llenan de humanidad cotidiana y eso se nota. Por destacar algo, y que no sea de los actores principales y más conocidos: la pareja de actores que hacen de la tía Bego y Sabino hacen un papelón (igual que la pareja "contraria", la de Rafi e Isabel); demuestran que con poco, si está bien hecho, se transmite mucho. En fin, la serie es muy recomendable. Yo intento verla con mi hijo adolescente y pasamos unos buenos momentos partidos de la risa, que es de lo que se trata con estos productos televisivos. 
Ahora a lo que voy... el aspecto filosófico de la serie... ¡noniná¡....
Hans-Gorg Gadamer es un filósofo alemán que vivió la friolera de 102 años. Bien, este buen hombre ha pasado a la historia de la filosofía como el 'fundador' de una de las corrientes filosóficas más importantes del siglo XX, la hermenéutica filosófica. Uno de los elementos centrales del pensamiento filosófico de Gadamer son la importancia que tienen los prejuicios en nuestra vida, en nuestra historia.
Me parece, seguramente sin pretenderlo, que la serie 'Allí abajo' realiza una interpretación muy correcta de esta parte de la filosofía de Gadamer. A ver...
Todos pensamos mal de los prejuicios, decimos de ellos que son juicios falaces y sin fundamentos, hechos deprisa y corriendo y sin pensar lo que decimos. Que son juicios falsos y equivocados; o que se hacen con mala intención, con el ánimo de hacer daño. Los prejuicios son dañinos, y no sirven de nada, solemos decir todos. El filósofo alemán no comparte esta última afirmación: los prejuicios tienen un valor fundamental. Son importantes y por eso hemos de prestarles atención.
Lo que dice Gadamer es que lo primero que tenemos que hacer es aceptar que existen y que todos participamos de ellos: nadie está libre del pensar prejuicioso. Si no somos honestos con nosotros mismo, en realidad estamos invocando un prejuicio, contra el propio prejuicio. No se puede no tener prejuicios. Lo que hay que hacer es ver cuáles son nuestros prejuicios. Sin esta aceptación de los prejuicios (la apertura, dicho en términos técnicos) no saldremos de ellos, no los superaremos.
Para que nos entendamos: nadie nace sabiendo. Pero tan cierto como este dicho, decimos otro: nadie tiene la mente en blanco. Todos tenemos en nuestra cabeza un batiburrillo de ideas sobre las cosas de la vida y sobre la gente. Ideas que aprendimos de nuestros padres, en la escuela, en los libros o en la tele. Ideas que forman parte de la sabiduría popular, del saber de la calle, del acervo cultural de los pueblos y las sociedades. Las ideas preconcebidas, los tópicos, -los prejuicios, para que nos entendamos- están ‘allí dentro’, se nos han ido metiendo en la cabeza poco a poco, sin darnos cuenta. Y terminan siendo parte de uno mismo, las buenas, las malas y la medio pensionistas, todas.
Lo que cuenta la serie ‘Allí abajo’ es precisamente esto. Que todos tenemos prejuicios e ideas preconcebidas de lo que son los vascos y de lo que son los andaluces. Muchas de esas ideas preconcebidas se acercan mucho a la realidad, vamos, que son verdad verdadera. Y otras muchas, o son mentira, o son inexactitudes o son una manera de andar malmetiendo.  
El prejuicio no nos aleja de la realidad, realmente lo que hace es acercarnos a ella, nos orientan hacia la misma. Son –dicho de modo filosófico- la condición de posibilidad de la comprensión. Para saber algo de algo, o de alguien, hemos de empezar por los prejuicios que tenemos de esa cosa, de esa persona o de esa situación. El punto de origen para saber, el pistoletazo de salida del conocer, son los prejuicios.
La toma de contacto que tenemos de Iñaki son los prejuicios que tenemos de los vascos. No hay otra cosa. Somos incapaces de controlarnos al saber que Iñaqui es vasco. Y en nuestra cabeza aparecen una enorme cascada de ideas preconcebidas de los vascos. Y lo mismo con Carmen, nos es imposible inhibir los prejuicios que tenemos de ella por ser andaluza. Y en nuestra cabeza van apareciendo una jauría de tópicos sobre los andaluces.
Pero la cuestión importante aquí es seguir adelante. Una vez que tenemos abierta la puerta no podemos quedarnos en ella, hay que seguir adelante. Quedarse únicamente en los prejuicios es aceptar sin espíritu crítico lo que nos dicen. Es quedarnos enjaulados dentro de ellos. Los prejuicios han de convertirse en los materiales de construcción del saber, en los ladrillos del conocimiento. Hemos de esforzarnos en comprobarlos y verificarlos, confirmarlos o refutarlos.
Hay ahí un importante trabajo: todos, al menos los que se esfuerzan en trabajar con sus prejuicios, hacen un trabajo filosófico sin saberlo. Hay que profundizar en esas ideas preconcebidas, en esos típicos tópicos que traemos de serie con nuestras vidas. Para hacerle justicia a Iñaki –y a Carmen- tenemos que saber más cosas de ellos, saber de su pasado, de sus relaciones familiares; tener información buena y honesta de sus lugares de origen, de la historia de sus pueblos; saber de su lengua, cómo se expresan, cómo conversan y se relacionan con los demás; pero, incluso, y eso lo sabemos por Aristóteles, de la meteorología y la  geografía su tierra. Por eso es tan importante el paisaje y la ‘fauna’ humana -el paisanaje de Unamuno, un vasco universal y español cósmico al que admiro profundamente- que nos enseña la serie. La cuadrilla de amigos, las vecinas, los tíos, esa callada camarera de corazón palpitante, el médico malaje, el celador pillastre, el Sr. Benjumea, la tasca, el patio de vecinos, el hospital, etc. Hay mucho de ‘ponerte en su lugar’, el ‘tomar su piel’, el ‘ponerte en sus zapatos’, etc. La empatía es una cuestión de la psicología en la que no podría entrar con profundidad. Pero la comprensión del otro, el entendimiento con los otros, sí es un tema muy filosófico, que ha llenado muchos libros en la historia del pensamiento.
Desmontar los prejuicios sobre los otros, hacerles justicia, supone un importante trabajo sobre uno mismo. Al hacerlo, al investigar sobre los prejuicios que tenemos de los demás, vamos descubriendo cómo somos de verdad. Cuando nos enfrentamos a algo, a alguien o a una situación, tampoco podemos evitar realizar una proyección de nosotros mismos. Lo dije anteriormente, no estamos vacíos: tenemos vivencias previas, tenemos esperanzas y expectativas, tenemos miedos, filias y fobias. Y pensar sobre otros nos pone a prueba a nosotros mismo, nos dicen cómo somos, qué tenemos, qué nos falta, etc. Porque no podemos evitar compararnos, y pensar qué sería de nosotros, o que haríamos nosotros, etc. Y nos damos cuenta de que algunas cosas son ciertas y que otras son falsas, que estamos equivocados, que tenemos que mejorar, ser mejores personas, aprender a pensar mejor de los demás y/o de nosotros mismos, etc.
Volvemos con Gadamer, que lo tenemos muy olvidado. Hasta ahora teníamos a los prejuicios, teníamos la disposición a trabajar sobre ellos, teníamos un caudal de información que puede modificar los tópicos y teníamos nuestro propio ser, nuestra mente, conciencia o como queramos llamarla. Para el alemán lo correcto sería estar abierto a lo que el otro tiene que decirnos sin renunciar a lo que nosotros mismos tenemos que decir. Y eso tiene forma de diálogo mental, de conversación interior. Más de uno se habrá dado cuenta que el pensar se parece mucho a una conversación con uno mismo, una especie de charla incesante e infinita de uno mismo consigo mismo. Allí abajo, o allí dentro, en nuestra cabecita, se encuentran las ideas preconcebidas que tenemos de los vascos y de los andaluces, y éstas se enfrentan a la información que vamos obteniendo al conocer más afondo a Iñaki y a Carmen, sus vidas y aventuras. Y nos damos cuenta de que es cierto que el vasco Iñaki es de cierto modo a como dicen que son los vascos, o que la andaluza Carmen no es cómo dicen que son las andaluzas, por ejemplo. Hasta que llega un momento en que vemos la verdad de Iñaki como Iñaki y de Carmen como Carmen; y ser vasco o andaluza son un elemento entre otros muchos de su vida, pero no el esencial o el que define su existir.
Y todo eso, toda esa charleta interior nos ayuda en algo que ya dijo otro filósofo hace una jartá de años; un tal Heráclito de Éfeso que dijo  ‘Conócete a ti mismo’. Ver las peripecias de Iñaki y de Carmen, ver cómo se enamoran, ver cómo los vascos se lo pasan bien en la feria, como la pareja que trabaja en el bar afronta sus problemas, ver cómo el Sr. Benjumea lidia con su soledad, ver la enfermedad de Maritxu, la timidez de Nekane, la soberbia del médico, etc., nos ayudan a nosotros mismos porque todos nos estamos enamorando de alguien, o vivimos en soledad, o tenemos problemas laborales, o tratamos a diario con hijos de las cuatro letras, etc.
Pero es que hay más, y nos ponemos un poco idealistas o utópicos para terminar. Ese diálogo interno –el que le hace justicia a los otros, y el que nos ayuda a nosotros mismo a ser mejores personas y afrontar las cosas de la vida- puede materializarse en diálogo externo con ese otro. Y ese diálogo material y efectivo con el otro, el hablar o conversar con otras personas de distinta procedencia a la nuestra, con otro pasado, con otra historia, con otra tradición, con otra lengua,  abre la posibilidad de llegar a acuerdos, buscar soluciones a problemas y conflictos graves e importantes.
Al final, los prejuicios no son tan malos si sabemos trabajar con ellos y manejarlos con decencia y buena voluntad. Y eso es lo que hace la serie ‘Allí abajo’.
Una post data para terminar… ¡kabenzozt!...

Fco. Javier Benítez Rubio es Diplomado en Enfermería y Licenciado en Filosofía.

17 de mayo de 2015

Reflexiones sobre la importancia de un sistema educativo aconfesional.

Reflexiones Patibularias 91

XCI
La religión, para el creyente más escrupuloso y ortodoxo, supone un ideal de obligado cumplimiento; que, además, supera la barrera de la idealidad para afectar la conducta humana y la estructura moral de la comunidad. Este ideal, por tanto, es ejecutable, se ha de materializar en el mundo. Dice Fernando Savater que 
para los fieles, la creencia religiosa no es fruto de la imaginación humana sino de la revelación divina; y para ellos, …, la cuestión no es sencillamente interpretar nuestra experiencia vital sino transformarla de acuerdo a los dictados de preceptos que nos han sido dados por una autoridad superior[1].
Lo que religión ofrece al creyente no se lo frece nadie: propone un camino doctrinal soteriológico, dispone de soluciones sobrenaturales para paliar el miedo a nuestra condición finita y mortal, y establecen normas de comportamiento, personal y grupal, para minimizar los padecimientos y los temores vitales.

De todo lo dicho anteriormente, lo que plantea un problema grave, severo y de difícil encaje en las sociedades libres en las que vivimos actualmente, es la obligatoriedad. Si las creencias religiosas quedaran en el ámbito simbólico, o de la opinión privada, o en el contexto del derecho personal, el mundo sería otro -pero no ahora, sino desde hace milenios. La religión es una obligación, asumida por el creyente, pero que debe ser trasladada por imposición a todos los demás. En las democracias occidentales laicas, las jerarquías han perdido peso social y político. Pueden, claro está, hacerse oír en el ágora pública como otros muchos grupos ideológicos, y las creencias y ceremonias se ejercen libremente dentro del marco de las leyes civiles.
Superada la amargura de la debilidad sociopolítica, se enfrentan las altas instancias eclesiales a otro asunto: la influencia impositiva sobre la masa de creyentes también disminuye, con lo que el número de creyentes sumisos tampoco es el que era. Se multiplican los librepensadores, los heterodoxos, los críticos y los disidentes. Es en este contexto de pérdida clara de influencia social donde el asunto de la educación se vuelve tan importante. Las libertades en democracia son fundamentales; y entre ellas destaca la libertad de enseñanza. Existe el peligro de que a través del sistema educativo, subrepticiamente o no, se difundan explicaciones inverificables sobre la naturaleza y el mundo, y soflamas sobre la moral y sus valores. El adoctrinamiento en una fe religiosa concreta supone también el adoctrinamiento en una forma de comportamiento determinado. Y este vínculo que existe entre creencia y acción es lo que convierte este asunto en un peligro para la vida democrática de la comunidad. 
Considero que el sistema educativo público tiene que ser aconfesional en lo tocante a la religión. Y en aquellas asignaturas relacionadas de algún modo u otro a ésta, se traten los asuntos con rigor histórico y científico. Y en cuanto a la sociedad en general, la libertad de crítica a la religión ha de tener el mismo tamaño que la libertad que se concede a la religión misma. Es importante que permanezca abierta la posibilidad de denunciar la nocividad de algunas creencias religiosas, especialmente las que pretendan competir con la ciencia y con el discurso político; que no se cierre la opción de criticar las ocurrencias de la jerarquía, especialmente la que pretenden censurar los valores y opciones de vida de algunas personas.



                [1] Savater, F., ¿Es tolerable la tolerancia religiosa?, en Bermejo, D. (Editor), ¿Dios a la vista?, 2013, Dykinson, Madrid, p. 487.