17 de mayo de 2015

Reflexiones sobre la importancia de un sistema educativo aconfesional.

Reflexiones Patibularias 91

XCI
La religión, para el creyente más escrupuloso y ortodoxo, supone un ideal de obligado cumplimiento; que, además, supera la barrera de la idealidad para afectar la conducta humana y la estructura moral de la comunidad. Este ideal, por tanto, es ejecutable, se ha de materializar en el mundo. Dice Fernando Savater que 
para los fieles, la creencia religiosa no es fruto de la imaginación humana sino de la revelación divina; y para ellos, …, la cuestión no es sencillamente interpretar nuestra experiencia vital sino transformarla de acuerdo a los dictados de preceptos que nos han sido dados por una autoridad superior[1].
Lo que religión ofrece al creyente no se lo frece nadie: propone un camino doctrinal soteriológico, dispone de soluciones sobrenaturales para paliar el miedo a nuestra condición finita y mortal, y establecen normas de comportamiento, personal y grupal, para minimizar los padecimientos y los temores vitales.

De todo lo dicho anteriormente, lo que plantea un problema grave, severo y de difícil encaje en las sociedades libres en las que vivimos actualmente, es la obligatoriedad. Si las creencias religiosas quedaran en el ámbito simbólico, o de la opinión privada, o en el contexto del derecho personal, el mundo sería otro -pero no ahora, sino desde hace milenios. La religión es una obligación, asumida por el creyente, pero que debe ser trasladada por imposición a todos los demás. En las democracias occidentales laicas, las jerarquías han perdido peso social y político. Pueden, claro está, hacerse oír en el ágora pública como otros muchos grupos ideológicos, y las creencias y ceremonias se ejercen libremente dentro del marco de las leyes civiles.
Superada la amargura de la debilidad sociopolítica, se enfrentan las altas instancias eclesiales a otro asunto: la influencia impositiva sobre la masa de creyentes también disminuye, con lo que el número de creyentes sumisos tampoco es el que era. Se multiplican los librepensadores, los heterodoxos, los críticos y los disidentes. Es en este contexto de pérdida clara de influencia social donde el asunto de la educación se vuelve tan importante. Las libertades en democracia son fundamentales; y entre ellas destaca la libertad de enseñanza. Existe el peligro de que a través del sistema educativo, subrepticiamente o no, se difundan explicaciones inverificables sobre la naturaleza y el mundo, y soflamas sobre la moral y sus valores. El adoctrinamiento en una fe religiosa concreta supone también el adoctrinamiento en una forma de comportamiento determinado. Y este vínculo que existe entre creencia y acción es lo que convierte este asunto en un peligro para la vida democrática de la comunidad. 
Considero que el sistema educativo público tiene que ser aconfesional en lo tocante a la religión. Y en aquellas asignaturas relacionadas de algún modo u otro a ésta, se traten los asuntos con rigor histórico y científico. Y en cuanto a la sociedad en general, la libertad de crítica a la religión ha de tener el mismo tamaño que la libertad que se concede a la religión misma. Es importante que permanezca abierta la posibilidad de denunciar la nocividad de algunas creencias religiosas, especialmente las que pretendan competir con la ciencia y con el discurso político; que no se cierre la opción de criticar las ocurrencias de la jerarquía, especialmente la que pretenden censurar los valores y opciones de vida de algunas personas.



                [1] Savater, F., ¿Es tolerable la tolerancia religiosa?, en Bermejo, D. (Editor), ¿Dios a la vista?, 2013, Dykinson, Madrid, p. 487.