16 de septiembre de 2015

La mirada de Rick

Reflexiones Patibularias 
CI

Pienso en mi mirada como si fuera la mirada de Bogart en Casablanca.

Observar la vida –el mundo, la realidad- con detenimiento. Empezamos por ahí. Pero miramos desde dentro, por mucho que quisiéramos mirar desde fuera. En no pocas ocasiones vemos cosas que no nos agradan, o que nos parecen injustas, incluso inconcebibles. Y tras esa observación llega el razonamiento, la comprensión y la interpretación de la vida que vivimos –o del mundo que habitamos, o de la realidad que nos acoge. Es cierto que hay mucha gente que vive sin observar (y ni hablamos de razonar, de comprender e interpretar). Es cierto, también, que hay gente que razona e interpreta sin observan ni un destello siquiera de lo que ocurre. Y hay gente muy razonable que observa pero que no acepta ni soporta lo que observa; y como no le agrada lo que ve, o le repugna, termina estirando la cuerda que une ambos momentos y termina poniendo allí cualquier ocurrencia. 

En no pocas ocasiones, es repugnante lo que uno observa –mientras vive. En no pocas ocasiones sólo observo lobos a mi alrededor. Lobos con piel de lobos, lobos con piel de cordero, corderos que se hacen trizas a ellos mismos y terminan vistiéndose de lobos, lobos disfrazados de pastores, pieles de lobo vacías con espectros en su interior. Y otras gentes observan la realidad y no los ven. Y otras gentes observan el mundo y aunque los ven, los niegan porque les repugna, o les asustan. Y me pregunto, ¿cómo es que no ven lo que veo?, ¿cómo es que no ven la lobunez, la maldad, lo dañino que somos, lo destructivo, lo inhumano, que no hay esperanza que valga, que no hay salvación ni redención, que nada que hagamos es suficiente?, ¿cómo pueden ser tan miopes, o tan ingenuos? Y pienso también: el mundo no debería ser un mundo de lobos. El mundo tendría que ser un mundo de otra cosa. Y pienso –me pregunto más bien- qué ocurriría si de repente llegará un oleaje de santidad y beatitud al mundo y todo fuera como debe ser. Y así, como por arte de magia, dejaríamos a un lado nuestra lobunez y todo funcionase a la perfección; que una felicidad desbordante se apoderara de todo ser humano. ¿Cómo sería un mundo así –o una realidad, o una vida- en la que realmente el mal perezca y el bien prevalezca? Seguramente no serían pocos los que se aburrirían. Y tampoco serían pocos los que desconfiarían de semejante utopía, y le verían los tres pies al gato.

Pero, después de todo lo que llevamos pasado como humanidad lobuna, del daño infligido, del odio derrochado, ¿estamos realmente preparados para la perfección, la bondad, el altruismo sin concesiones? ¿No tendría que entrar tal oleaje hasta nuestro propio código genético? Si todo fuera tan perfecto, lo que sobraría es nuestra cultura, nuestra civilización, que no dejan de ser un ardid evolutivo –como las plumas de colores, las garras, las alas, las hachas bifaces- para ajustarnos a un mundo lobuno lleno de violencia y competición sin fin. Cuando todo sea una maravilla, nada de lo que tenemos nos hará falta. Y será, entonces, el fin del capitalismo consumado, entre otras cosas tales como las ideologías políticas y las confesiones religiosas. Incluso el lenguaje y la comunicación no serían precisas puesto que estaríamos es un estado de perfección cósmica.

Después de pensar tanto dislate, lo que realmente terminamos haciendo es manejar las imperfecciones de un modo digno, y justo. Porque hay personas, como mi amiga Adela, como mis padres, que aun siendo imperfectas, son dignas, honradas, altruistas, solidarias, reflexivas, que tratan de controlar su lobunez con razones y emociones. Entonces, ¿cuánta cantidad de imperfección podemos aguantar, cuánta cantidad de lobunez podemos soportar? Volvemos a donde comenzamos, al ojo del observador que mira la vida desde dentro de la vida. Y todo vuelve a empezar: es el eterno retorno de lo igual. Termino con este patíbulo con Nietzsche, aquel observador de la realidad que acabó loco perdido hablando con los caballos.