5 de noviembre de 2015

NO SE PUEDE HACER UNA TORTILLA SIN ROMPER LOS HUEVOS

17.


Algo se muere en el alma cuando el ser humano descubre esto. 

Hay un momento en nuestra vida -en el primer mundo occidental suele llegar en la adolescencia o primeros momentos de la juventud-, en el que la justicia de perfección aritmética, el bien incondicional y la bondad de pura belleza, se tambalean. Trascurre un poco de tiempo más de convivencia entre nuestros iguales, y terminas viendo como todo eso se cae. El proceso de maduración tiene muchos paralelismos con el proceso de desmitificación. El mundo dista mucho de ser perfecto, bueno y justo. Es bello a rabiar, aunque la belleza no está donde pensabas. Con un poco de suerte eres de esos capaces de ver las pepitas de oro -de perfección, bondad y justicia- entre toneladas de escombros y turba.

Durante el resto de nuestra vida echamos de menos esa pureza que perdimos. También la inocencia y la confianza. De algún modo seguimos pensando que hay algo en nuestro interior prístino, que no puede corromperse. Y que portamos algunas esencias en nuestro espíritu que no pueden ser alcanzadas por la lobunez. Por eso nos cabreamos cuando vemos a otros cometer tremendas injusticias. Por eso nos indignan las corrupciones de los demás. En estos tiempos que corren, la brújula moral es terrible para con los otros. Pero muy comprensiva con nuestras propias faltas.

Sin darnos cuenta de que los demás somos también nosotros, que los otros somos uno mismo. Que lo lobuno está dentro de nosotros y que las esencias se quedaron en la niñez. Que hay que aprender a manejarse en esa constante marejada de grises. Que en este toma y daca constante de la vida algunas veces haces las cosas bien y en otras actúas con mala fe a sabiendas. Eres corrupto para obtener beneficio, o eres injusto para proteger algo que consideras bueno. Sí, así es. En no pocas veces actuamos de mala manera pensando que es la única manera de conseguir algo bueno. 

Lo dicho, no se puede hacer una tortilla sin romper huevos. Esa noche puedes comer otra cosa: te picas una poca de lechuga, te hace un filete de pollo a la plancha o te comes un yogur rico en bifidus. Pero si quieres tortilla tienes que romper los huevos.

Quiero una pastilla, déjese de tonterias

16.

Quiero una pastilla que me cure doctor, que me quite este padecimiento, este problema que me fastidia la vida. Y el doctor en numerosas ocasiones le receta lo que corresponda. Pero en otras muchísimas ocasiones le dice al paciente -o a la paciente- que no le receta nada, que para dejar de padecer lo que padece tiene que cambiar sus hábitos, su dieta, su forma de vida, en definitiva. Y, entonces, se lía una buena.
Las expectativas de la ciencia médica están ahí. Son maravillosas y estupendas. Pero esas expectativas se han manejado de muy mala manera. Por parte de los gestores y administradores, y en no pocas ocasiones por parte de los profesionales. De algún modo, la gente piensa que siempre tiene que haber un remedio artificial (farmacológico) para todo lo que perturba su salud. Es rápido y sencillo. Un vaso de agua, la cápsula y se acabó. El problema está -uno de ellos, claro- en que junto a estos avances no hemos tenido una educación sanitaria que eduque a la ciudadanía en que las panaceas no existen. Que junto con la ciencia (los medicamentos) tenemos que poner hábitos de vida saludables. Esto es, que hay que hacer cambios, esfuerzos, y -en ocasiones-sacrificios.

El Sr. Fulano tiene unos problemas de estreñimiento tremendos. Y se cabrea con su doctor porque todas las pastillas que le manda no le hacen efecto. El día que el médico le dijo que tenía que cambiar de hábitos ya fue el acabose. Menudo rufián. El médico dejo de recetarle comprimidos y le mandó una dieta rica en fibras. Le pidió que dejara de fumar. Le aconsejó que hiciera ejercicio moderado (que además es bueno para el corazón). Que bebiera una buena cantidad de agua al día (que además es buen para el riñón). Que intentara llevar una vida sin tanto sobresaltos (que además es bueno para la tensión arterial). O que, al menos, tratara de manejarlos sin tanta tensión y enfado. Que no se enfrentara a la situación de tener que sentarse en el WC; que eso lleva su tiempo, y hay que afrontarlo con serenidad. Le conminó a que comiera todos los días a la misma hora, estableciendo nuevas rutinas y costumbres. Y que lo hiciera en una situación cómoda y relajada. Sin estrés, que masticara bien todos los alimentos. [Cuando el médico le dijo que masticara bien fue cuando el Sr. Fulano montó definitivamente en cólera].
¡Qué médicos más malos hay en el seguro! le dijo el Sr. Fulano al médico pegando un portazo.

Está feo decirlo, pero el seguro tiene pacientes muy poco colaboradores. El Sr. Fulano se niega a dejar de vivir como vive. Y es ese modo de vida el que le provoca el estreñimiento (por ahora, luego llegarán cosas peores). Y como el Sr. Fulano hay muchos otros. Que no tienen intención de aceptar los cambios, de encajar en su vida los esfuerzos, de hacer sacrificios en pos de una mejora en su calidad de vida. El Sr. Fulano quiere una pastillita y seguir viviendo como le plazca. Es posible que nadie le haya enseñado que detrás de esos esfuerzos y sacrificios hay una mejora importante. También puede darse el caso de que sí se lo hayan enseñado pero al Sr. Fulano no de la sale de las narices aceptarlo. 

Los hábitos de vida saludables, como el ejercicio, la dieta variada, evitar el estrés, sanear la mente, dejar de fumar y consumir alcohol, etc., no son tonterías. En no pocas ocasiones, son tanto o más eficaces que la farmacología. El mundo de la ciencia sanitaria tendría que comenzar a pensar en cómo gestiona las expectativas y los avances. Dejar de venderlos como si fueran mercancías, dejar de ponerse medallas por los adelantos, para empezar. La ciudadanía no puede perder de vista el principio de realidad y empezar a dar por hecho que la panacea de la vida eterna está al alcance de un comprimido. Una educación sanitaria rigurosa y de calidad, que funcione y marque las diferencias, tiene que contar todo lo bueno que se puede hacer; pero que las panaceas milagrosas no existen. El esfuerzo, la entrega, el trabajo con uno mismo son ineludibles.