20 de mayo de 2016

Quebrar a los moderados.

64.

Comenzó poco a poco. Pero el ruido se ha ido acercando. Y ya lo tenemos aquí. En este enfrentamiento que estamos viviendo -en el que todavía hay que ponerle nombre a los bandos-, en este momento de la contienda, se trata de quebrar a los moderados. 
Romper a esa mucha gente, que estando situada ideológicamente a izquierda o derecha, todavía mantiene una actitud de mesura y prudencia. 
Atacar a esa gente que, preocupados por lo que pasa, se contiene y no quiere dejarse llevar por los extremos. Hacerle daño a esa gente que siendo equilibrada en sus críticas a los desmanes que padecemos, no se siente cómoda con los aspavientos, que no hace suya la política de gestos destemplados de unos y otros.
A estos moderados hay que quebrarlos, repito. A estos hay que polarizarlos, hacerles abandonar su equilibrio. Hay que denigrarlos, ensuciarlos e insultarlos, golpear sus entrañas, sacarlos de sus casillas. 
El enemigo de los extremistas no está, primariamente, en las filas contrarias. El primer enemigo es el moderado que milita en tus filas. Por ejemplo, el primer enemigo que tiene que derribar el fundamentalismo religioso es el creyente moderado y tolerante. Cuanta más gente pierda el equilibrio, cuantos más fanáticos logres convertir, más fuerza tendrá tu facción. Es el mundo de blancos y negros, de conmigo o en mi contra.
En la política española está pasando algo similar. Estamos viviendo una serie de situaciones que parecen compartir una línea estratégica clara. Ensuciar los lugares comunes, envenenar las posiciones compartidas. Que las legislaciones que hacen comunidad queden pervertidas. Que todo caiga en el sinsentido, en un surrealismo insultante que produzca asqueo. Que la historia que compartimos, y que nos ha traído hasta aquí, aparezca ahora como una historia de horrores. Nada de lo anterior es válido (por un lado) o todo lo que está por venir es peligroso (por el otro). Al final, los moderados terminarán peleándose entre sí; terminarán enfrentados y no reconocerán todas esas cosas que comparten.

17 de mayo de 2016

La burrocracia apesta

63.


Sí, la burrocracia en este país apesta.

No es, exclusivamente, una observación maliciosa provocada por el enfado tremendo de perder media vida (una mañana, realmente) en trámites administrativos. ¡Qué también! Pero hay hechos objetivos que son insoslayables.

Las oficinas están atestadas de gente. Sumamos los calores primaverales del sur. No hay aire acondicionado. Eso, o no quieren ponerlo. Pocas ventanas y la mayoría cerradas. La humanidad se apegotona en pequeñas salas de espera y suda. 

El calor es mal compañero de viaje en el tránsito administrativo. Le sumamos el estrés que supone tener que contarle a un extraño cómo es tu vida financiera. Y le sumamos también el encabronamiento propio de ser tratado como ganado por el Estado, al hacinar al personal después de hacerle pasar por varios mostradores y colas interminables.

Sudamos, transpiramos y, finalmente, apestamos. Y el hedor pasa de nuestros cuerpos al edificio administrativo estatal. Nuestro cuerpo funciona así, es algo que no depende de nuestra voluntad.

PD: A los que trabajan allí (seguramente, a la mayoría) habría que ponerles un monumento. Eso o dejarles poner el aire acondicionado en mayo.

14 de mayo de 2016

El tubo de escape

62.

Una de las partes más importantes de todos los coches es el tubo de escape. Pregúntele a su cuñado experto en mecánica del automóvil qué le ocurre a los coches cuando se gripa el asunto.
Pues bien, no piensen que los seres humanos somos muy distintos de los motores de explosión y de los coches. Todos y cada uno de nosotros necesitamos un tubo de escape. Una actividad que nos ayude a expulsar del alma, o de la mente, todos las cosas nocivas que nos atenazan. Cuando no las expulsamos éstas se apoderan de nosotros envenenándonos. Luego, la reparación del coche -y de la mente- nos cuesta un riñón.
No lo duden, buscad un tubo de escape -por su salud-, evacuad por allí las tensiones, las angustias y los miedos.

10 de mayo de 2016

Los 'morituri'

61. 


Ave Caesar, morituri te salutant, 1859.
Jean-Léon Gérôme. The Yale University Art Gallery

Desde que el mundo es mundo existen personas que están especialmente capacitadas para la violencia física. Cuando los antropólogos e historiadores nos cuentan la historia de la división del trabajo, lo de la caza y la recolección, la agricultura, la artesanía y todos eso, se obvian otras grandes especializaciones culturales humanas que aparecieron tempranamente: el hombre cuyo oficio era el contacto con el cosmos, o con la muerte, o con las fuerzas de la Naturaleza (el chamán), el hombre cuyo oficio es la violencia física directa (el soldado) y la mujer cuyo oficio era el placer sexual (la puta). Hoy me hago eco de la violencia. 
En ningún otro sitio como en Roma, la cuestión del hombre cuya existencia toda rondaba en torno a la violencia, llegó a exponerse de manera tan fehaciente. El Gladiador era una de las figuras claves que nos explican el Imperio Romano. Pero creo que va más allá de eso. El gladiador (y el espectáculo de gladiadores) explica un montón de cosas del ser humano.
Porque claro, harina de otro costal sería reflexionar por la tremenda influencia y fascinación que tiene la violencia sobre nosotros. Y muchos piensan que eso era cosa de los antiguos, ¡esos bárbaros! Visionan, claramente, a esa gente chillando a la arena para que se despedacen los gladiadores. Y sin embargo no relacionan eso con esa otra gente jaleando y bramando desde la redes sociales para que se despellejen los políticos entre sí. Y ya se cruzan apuestas de si el día 26 habrá más sangre vertida de votantes del PP o de Podemos. 
Como decía Voltaire la civilización no acaba con la barbarie, lo que hace es perfeccionarla.


Pollice Verso, 1872.
Jean-Léon Gérôme. Phoenix Art Museum


Naumáquia, 1894.
Ulpiano Checa. Museo Ulpiano Checa.