27 de junio de 2016

Intercambio de golpes, de insultos. No es rentable.

66.

Dice mi amigo Omar Temprano, con infinita sabiduría, que “media España piensa que la otra media es gilipollas”. Y añado: a media España le da vergüenza lo que ha votado la otra media.
Y no han parado en toda la noche:
los “Idiotas”,
los “Imbéciles”,
los “Gilipollas”,
los “Ignorantes”,
los “Cómplices de los corruptos”.
Y no han faltado:
los “Cabrones”,
algún que otro “Hijosdeputa”,
y, por supuesto, “País de mierda”.

Mucha gente se esperaba otro resultado y su decepción es máxima. Es gente muy frustrada, que no quiere -o no puede- encajar la derrota. Ni aceptar la realidad de una sociedad a punto de partirse, quedándose ellos en un lado del roto (cada uno piensa que se queda en el lado ‘bueno’). Un país, con mucha gente frustrada que no sabe perder, con un montón de gente eufórica que no sabe ganar, es un país con un serio problema. Ergo, nuestro país, esto es, nosotros, tenemos un gran problema. Problema que no van a solucionar las urnas, por descontado. Ni tampoco el intercambio de improperios.

Algunos tendrían que plantearse seriamente la estrategia de la rabia, el cabreo, la descalificación y el cordón sanitario. Por razones prácticas, básicamente. Su rentabilidad tiene un límite. Ésta (la estrategia de la rabia y demás) tiene un techo productivo de votos -me parece que ha quedado demostrado este 26J. Del mismo modo, desahogarse insultando al que no ha votado como uno, llamándolo gilipollas, corrupto o cómplice -y otras cosas más groseras- no hace sino reafirmar al que votó lo que votó. Pongamos el caso contrario: el votante medio de ‘Podemos’, cada vez que oye lo de Venezuela, lo del comunismo, lo de la Independencia, lo del apoyo a ETA -y otras groserías mayores inadmisibles- se reafirma en su voto. Del mismo modo, el votante del PP cada vez que veía los multitud de memes groseros en su contra, se reafirmaba en el suyo. El intercambio de insultos y menosprecios no sirve para aumentar tu renta de votos.

Hay que ser un poco más frío en este momento, eso pienso. Porque saber encajar el golpe, con serenidad y entereza, no es darse por vencido, ni bajar los brazos, ni tampoco rendirse. Mantenerse entero, sin desbarrar, hace mejor servicio a la justicia futura (doquiera que ésta esté) que la animosidad, la rabia o el desahogo emocional incivilizado contra tu vecino, tu compañero de trabajo, tu amigo, tu hermano, tu padre o tu hijo.

Un poco de ironía tampoco está mal. “Keep Calm”, que el mundo no se acaba esta noche. E ir más allá del exabrupto puntual. Hay que superar el cabreo. Hay que estar tranquilo. Aprender de los errores. Aceptar las reglas de juego. Habrá elecciones muy pronto. Habrá más noches como ésta. Y seguramente serán los otros los que insulten a los que esta noche se han hartado de insultar y menospreciar.

Soy de los que piensa que el cambio auténtico que ha de venir -ese con el que unos se llenan la boca- no empieza con bilis rabiosa rebosando tu discurso. Ni con decenas de memes insultando al contrario. Todos los partidos prefieren a sus votantes con un alto grado de emocionalidad desbocada. Las redes sociales amplifican esa animadversión, magnifican el odio, haciendo que la gente se pierda el respeto mutuo.

Pero, aunque cueste entenderlo en estos momentos de decepción, sin respeto mutuo no vamos a ningún sitio.

22 de junio de 2016

La democracia vestida de odio

65.

Las (nuevas) Elecciones ya están aquí. Faltan pocos días. Y están todos los candidatos muy entretenidos convenciendo a la gente para que les vote no con propuestas de mejora del futuro sino con el juramento de que no pactarán con tal o con cual. ¿Cómo le sienta a la democracia el traje del cordón sanitario contra los partidos y los políticos? ¿Cómo le sienta a la democracia el traje del veto y las líneas rojas? Mal, le sienta fatal. Si el traje de la corrupción le sienta mal, el traje del odio le sienta aun peor.

El traje de odio que lleva esta democracia empieza así, con memes como éste:
Algo genérico. Una idea que puede servir tanto de unos hacia otros, como de los otros hacia los unos. La democracia, con este traje, es el régimen político y social donde uno puede insultar a su vecino y pensar que lo que está haciendo es de justicia. Cagarse en los muertos del otro, insultarlo gravemente, acusarlo de esto y lo otro, hacer burla y escarnio porque sí, porque no vota lo mismo que tú.
Y luego, como este tipo de mensajes inespecíficos no hacen daño, nos metemos, directamente, con balas de calibre más grueso.
Esta nueva democracia que vivimos debe permitir faltar al respeto a los 3.500.541 de votantes de este partido. Claro, en esta democracia hater uno puede -y debe- decir lo que piensa y siente. El sincericidio de los idiotas, pero en un nivel generalizado y espantoso.

En éste, toca hacer oprobio de la decisión de 7.215.752 personas que decidieron, libremente, votar esta opción. Claro, en esta nueva democracia se puede -y se debe- descargar todo el odio y la rabia contra las opciones políticas conservadoras, por ser eso, conservadoras. Gracias a Dios, está internet que sirve de plataforma amplificadora de todo ese odio, toda esa rabia y animadversión.
Y aquí, por último, toca hacer escarnio de la voluntad de 3.182.082 personas que decidieron optar por este partido. En este nuevo viento democrático el hedor todo lo llena y nadie puede decidirse por su opción política sin que llegue otro y afee tu ideas y creencias. 

No voy a seguir poniendo memes, algunos de ellos contienen insultos de una gravedad cierta y notoria. Suficiente encanallamiento ahí ya en la campaña electoral. Curiosamente, muchos demócratas llaman imbéciles (y otras cosas) a los contrarios -sintiéndose encantados de ello- y se rasgan las vestiduras cuando alguien hace lo mismo en su contra. Siempre fue muy fácil ver la paja en el ojo ajena y no hacer caso de la viga que tiene clavada en el propio.

Disfrutemos con fruición de estos nuevos y maravillosos ropajes con lo que se viste la democracia. Y a partir de lunes, seguid intercambiando memes cada vez más procaces e insultantes. Porque el complemento idóneo para este línea de ropa, de la nueva democracia, es no saber perder, no saber encajar la derrota.