1 de septiembre de 2017

Pasajeros

96.

Una lectura política (actual) de la película 'Passengers'*.
Te venden la película como una mezcla de romance, suspense y ciencia ficción, con los dos actores de moda en Hollywood. Realmente es un panfleto político que terminará cabreando a los románticos, a los que nos gusta la syfy y sobre todos a ambos bandos del espectro político.
El capitalismo es una catástrofe. Como despertarse en una gigantesca nave en mitad del cosmos y descubrir que no vas a ningún sitio. Como tener que vivir solo durante 90 años rodeado de tecnología sin alma ni corazón. Pero es la única manera de vivir. El ingeniero no puede salir de la nave. El instinto de supervivencia le impide salirse al espacio y morirse al instante. No podemos escapar del capitalismo tampoco. La burocracia del capitalismo funciona de la misma manera que la robótica de la nave. Nos da lo que según su programación tenemos asignado, no lo que realmente necesitamos. El razonamiento de la máquina, del capitalismo, es tan inflexible, tan inhumano, que no contempla nunca la excepcionalidad de las circunstancias. O le haces trampa o te fastidias. Al ingeniero le dan cereales y a la escritora le dan lo que quiera, que para eso tiene pase vip. Y claro, el ingeniero, usando sus conocimientos, empieza a hacerle trampas a la nave espacial, consiguiendo algunos beneficios. Todos, en mayor o menor medida, tratamos de vivir trampeando dentro del capitalismo. Vemos, claramente, como es justo y necesario joder al capitalismo en pequeñas dosis sabiendo que el capital nos jode a nosotros a lo grande. La ética no ha sido nunca el fuerte ni del capitalismo ni del ser humano. La superviviencia lo es todo. Por eso, no hay nada más fidedigno a la naturaleza humana que el capitalismo. Tenemos justo lo que somos, ni siquiera podemos decir que tenemos lo que merecemos. Seguimos, llegar al corazón de la nave está por encima de sus comprensión y, sobre todo, de su voluntad. Un nuevo fallo de la programación despierta a alguien de la tripulación, que sí tiene privilegios de manipulación del sistema. Efectivamente, el capitalismo despiadado también ataca a sus creadores. Y este, el sobrecargo, se pone a favor de los dos solitarios. En el capitalismo ocurre otro tanto: los otrora gurús del capital termina apoyando a los que quieren finiquitarlo cuando son expulsados del Olimpo. Y así se suceden toda clase de peripecias vitales. Tienen, incluso, que salvar de la destrucción al gran reactor que mueve la nave. Nuestros dos pobres solitarios tiene que salvar a ese capitalismo que los tiene bien jodidos, revoleados en medio del cosmos. ¡Que ironía! Si el motor se destruye, la nave también lo hará. Y con ella, las 5.000 personas que hibernan dentro. Los dormidos es la metáfora perfecta del futuro, de las generaciones venideras, del mundo que vendrá. Sin capitalismo nos morimos todos, nos dice la película, su director y su guionista. Con capitalismo (nave averiada) estamos jodidos, pero sin nave averiada (capitalismo) estamos muertos. No hay posibilidad de elección entre una cosa mala (el capital, el viaje al planeta remoto) y una buena. O elegimos lo malo (salvar la nave) o elegimos lo peor (la destrucción de Occidente). Y claro, visto así, nuestro instinto de supervivencia elige el capitalismo antes que la muerte. Realmente hay una solución. Una alternativa débil a esta dicotomía fuerte y radical: soledad o muerte. Es la que finalmente adoptan estos dos tortolitos. Una alternativa que no difiere mucho de la que ya optó el ingeniero cuando estaba solo. Seguir trampeando la nave, seguir haciéndole trampas al capitalismo, más ahora que saben lo que el sobrecargo les enseñó. Si el rumbo de la nave ya está marcado, si hay que ir por cojones al planeta lejano, si no hay solución posible que no termine en la muerte, hay que seguir viviendo en el capitalismo. Sí, pero de otra manera. El que vea la película y vea cómo se quedan las caras de la tripulación al ver a dos gallinas correteando por allí en medio lo entenderán enseguida.

* Morten Tyldum, 2016. Columbia Pictures. 

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