13 de septiembre de 2017

This is the End

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Cuando la deconstrucción deviene destrucción y termina incluso con las cosas que nos funcionaban razonablemente bien. Cuando la debilitación deviene aniquilación y acaba colocando en el lugar vacío un nuevo monstruo. Y pueden terminar provocando peores fantasmas que aquellos que pretendían eliminar. En pos del funcionamiento exacto de una realidad que se resiste a esos finales perfectos En pos de un bien y una justicia sociales que ni ellos mismos tienen clara. Ahora entiendo que si le vas a quitar algo a alguien, masivamente, si vas a terminar con su pasado, si vas aniquilar todo aquello en lo que creyó alguna vez, si quieres terminar con el suelo sólido que soporta a esa inmensa muchedumbre, si vas a acabar con todo aquello que entendían por serio, digno, valioso, más vale que lleves en los bolsillos una buena propuesta, no un puñado de chascarrillos y una plétora de palabras biensonantes. Las alternativas que tenían que ser propuestas tenían que mejorar la vida de las personas, sí. Y resulta que las ocurrencias que salieron de aquella esperanza ni redujeron la violencia, ni aportaron valores claramente superiores a sus contrarios, los que tenían que ser debilitados y deconstruidos. Parece que nadie se percató de las consecuencias futuras. No hubo selección de objetivos. O, ¿es que una vez desatadas las hordas destructivas del ser humano nadie pudo controlar la demolición del presente occidental? Entonces, en el fondo, a estos debilitadores no les separa nada de la barbarie de los fuertes anteriores. Nos estamos disolviendo, nos estamos autofagocitando, y no para bien, precisamente. Si nada lo remedia terminaremos liquidados por nuestra propia mano. Y será un triunfo de esa filosofía, y de esa política. Y nadie quedará para saborearlo, porque el monstruo que saldrá victorioso de esa ruina no dejará a la gente que lea, que se forme, que se instruya, que haya pluralidad, que la gente tenga espíritu crítico. Invitar a un terrorista a la televisión para que se ría en la cara de todas su víctimas, que la autoridades públicas le agasajen como si fuera un héroe, es un signo más que claro y evidente de la corrupción imparable que nos queda por delante. 

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